EL IMPERIO JESUÍTICO. Leopoldo Lugones. Good Press, 2023 (1904). 210 pp.
Este gran ensayo histórico, admirado por Borges entre otros, surge de una comisión oficial. El gobierno argentino de Julio A. Roca le encargó al joven Lugones una monografía sobre las misiones jesuitas en el Paraguay, en un territorio que además incluía partes de Argentina y Brasil (1609-1767). Lugones se enganchó en el tema y decidió hacer algo más ambicioso; pasó un año en la antigua provincia y se documentó a fondo. El resultado es un texto singular, que combina el rigor con una prosa exuberante, llena de opiniones críticas. En el Prólogo dice: “…no tengo para los jesuitas… ni cariño ni animadversión. Los odios históricos, como la ojeriza contra Dios, son una insensatez que combate contra el infinito o contra la nada”.
Lo más interesante es que haya escrito el primer capítulo, un ensayo por sí mismo y uno de los más lúcidos sobre los orígenes de la iniciativa conquistadora española. Afianza, así, la aventura jesuita en los cimientos ideológicos, económicos, sociales y simbólicos de la expansión a América. Regresa al feudalismo: como toda Europa, España era una lucha entre feudos y nación, pero con la particularidad de la “impregnación morisca”, culturalmente superior. La Reconquista militarizó a la sociedad y provocó atraso social. Mientras los comienzos de la modernidad acababan, en el resto de Europa, con el ideal caballeresco hacia finales del siglo XV, en España florecía y se transformaría luego en el sueño del imperio universal de Carlos V, cristiano desde luego. La Reforma protestante no haría sino fomentar el espíritu misionero de la Iglesia.
La Conquista fue un desastre para España. Causó una enorme pérdida de capital humano que, en vez de producir, se iba a arrebatar. Aceleró el paso, de las comunas y la autonomía municipal, al absolutismo represor. Estimuló el derroche, la ambición y el bandolerismo. En lo cultural, la arrogancia conquistadora. La fe (guerrera) se convirtió en el único refugio espiritual; la Iglesia se enriqueció desmesuradamente. Mientras en Europa prevaleció la preferencia de la riqueza sobre el honor, en España fue al revés: gloria sin riqueza. La pequeña nobleza, con “el mondadientes simulador de meriendas”, se quedó sola y sin trabajadores. Al regreso, los conquistadores se dedicaban (si lo traían) a derrochar el dinero. ¿Trabajar? Jamás, era degradante. Al poco tiempo se pasó de las caballerías a la picaresca (Lazarillo de Tormes, el Buscón, el Quijote), que retrataba esa España miserable y deshilachada socialmente.
Entrando en materia, “…como la conquista religiosa derivaba tan directamente de la guerrera, militar fue el espíritu de la orden que encarnó aquel ideal. Los jesuitas fueron esa orden de la Contrarreforma, pero en la Edad de la Razón, casuística y pragmática, involucrada con el mundo”. Tras una cáscara rígida (doctrinalmente), había una sustancia flexible. San Ignacio y Maquiavelo fueron contemporáneos. Estar acordes con los tiempos les dio un gran y veloz éxito. Reemplazaron al misticismo con los ejercicios ignacianos: el examen de conciencia suple al éxtasis inspirador. Su arte fue el barroco: propaganda chillona con cargazón decorativa, churrigueresca.
En los siguientes capítulos hace una descripción científica, pero muy colorida, de la geología, hidrología, flora, fauna y clima del Paraguay. Describe a los guaraníes como los restos dispersos de una civilización antiguamente guerrera. La conquista era fácil por terreno y población.
Sigue con la historia de las misiones. En 1555 se crea la primera diócesis del Paraguay, una región donde los españoles robaban, violaban y esclavizaban. En 1588 llegan los jesuitas, y en 1604 se establece la Provincia Espiritual. En 1609 la corona les encargó la evangelización, una oportunidad única: cancelada la opción teocrática en Europa, aquí se abría. La conversión fue superficial; la devoción pueril. El reclutamiento en las misiones suponía una servidumbre, pero más benévola que con los encomenderos. Los peor tratados por éstos se convirtieron en los habitantes voluntarios de las misiones. Entre guerras internas, con portugueses y con holandeses, para 1743 había 150 mil habitantes en 33 poblados. El régimen, aunque duro, era próspero, estricto y comunista. No había moneda. Era un régimen totalitario y los niños eran comunes desde los cinco años.
A partir de 1721 hubo un conflicto serio entre los jesuitas y el cabildo de Asunción, cuyos principales hitos analiza Lugones; es una historia con muchos puntos y personajes de interés. El conflicto se extendió a Lima y Buenos Aires. Los comuneros paraguayos, precursores de la independencia, se opusieron a los jesuitas, defensores del absolutismo. Las milicias guaraníes se enfrentaron a las municipales. Para 1756 los jesuitas habían sido echados del Paraguay.
Lugones cierra describiendo la disposición y arquitectura de las misiones, así como su vida cotidiana. Es un ensayo profundo y agudo, de interés más allá de lo anecdótico o particular.