- EL FISTOL DEL DIABLO. Manuel Payno. Porrúa. Col. “Sepan Cuantos…”, #80. México, 2017 (1845-46, rev. 1859, 1871). 941 pp.
Publicada originalmente cuatro décadas y media antes de su obra maestra, Los Bandidos de Río Frío, y luego corregida y aumentada en más de una edición, esta novela contiene los gérmenes de los temas que Payno desarrollaría con mayor profundidad y agudeza en la obra posterior, en la que se deshizo del innecesario – aunque divertido – aspecto sobrenatural representado por Rugiero, el Diablo, y ahondó más en los asuntos políticos y criminales, con menor peso para los romances. Como buen folletín, este también incluye una enorme cantidad de personajes y subtramas, que le sirven para ilustrarnos sobre todas las clases sociales y muchos rincones de México.

El dichoso fistol de brillantes sirve como eje (hasta los capítulos finales, en que desaparece): los continuos cambios de manos de la joya nos permiten no perder el hilo entre tantísimas peripecias, y su función moralizante es transparente: los personajes que se obsesionan por ella sufren la maldición de la codicia, mientras que quienes se resisten a la tentación guardan una medida de dignidad e integridad, independientemente de sus otros defectos. La acción principal se desarrolla entre junio de 1844 y septiembre de 1847, con regresos para explicar la historia de los protagonistas. Según Antonio Castro Leal, se trata de la novela mexicana con más personajes; los hampones ya no son los pícaros de El Periquillo Sarniento, sino resentidos sociales ansiosos de venganza, en una sociedad estratificada. Rugiero, el Diablo, es casi simpático, olvidadizo, negligente y a veces de buen corazón, consciente de la desgracia de la Caída.

El joven Arturo, de clase alta, regresa luego de estudiar en Inglaterra. Ansioso de conquistar mujeres, se le aparece el Diablo, que lo acompaña a un baile en el Teatro Vergara, en honor de Santa Anna. Gracias al fistol, esa noche Arturo hace tres conquistas. En el baile, la muy joven, bella y aparentemente liviana Aurora, y la enfermiza y melancólica Teresa. Ambos incidentes provocan un duelo con Manuel, de quien luego será íntimo y fiel amigo. Al salir, ya de mañana, da una limosna a una joven y hermosa mendiga, Celeste, a cuya mísera vecindad acompaña. Ahí agonizan sus pobres padres. Cuando Arturo le regala el fistol, las envidiosas vecinas la acusan de prostitución y robo, por lo cual termina en la Acordada, de donde luego la rescata el padre Anastasio. Este hombre “caído” rescata también a Teresa de las manos de Don Pedro, encarnación del mal que será la némesis de todos los personajes, y tutor de las huérfanas Aurora y Teresa.
Imposible detallar las innumerables aventuras de los personajes, que al final se ven implicados en la Intervención Norteamericana de 1847. Un aspecto a destacar es la autoconciencia de la novela, que se confiesa tal: “Cada hombre es una novela; cada mujer un enigma incomprensible; cada casa una ciudad; cada ciudad un mundo entero, y el mundo un grano de mostaza; y el hombre y la mujer unos locos llenos de miseria y de pasiones” (cap. X, Parte I). Todavía, hacia el final Teresa le dice a Arturo: “¿No parece una trama imaginada para escribir una novela, y acumular en una página todo género de desgracias?”.

La novela nos mete en todos los ámbitos sociales. La alta sociedad y las sórdidas vecindades; los caminos llenos de asaltantes; la cárcel y los conventos; los salones de moda y los juzgados; la política, el ejército y la burocracia; las eternas y ridículas conspiraciones y golpes de Estado; los tugurios de los criminales y las salas de los conspiradores; el mundo de las pordioseras profesionales. También, no sólo la Ciudad de México, sino Jalapa, San Luis Potosí, Veracruz, Tampico, el camino México-Veracruz, las haciendas y los caseríos.
Además de las andanzas del fistol, la obra usa como elemento estructural a un conjunto de parejas, cuyos avatares cimentan las historias. En primer lugar, el irresuelto vaivén de Arturo en sus contrapuestas pasiones por Aurora y Celeste: la niña rica, débil pero esencialmente bondadosa, y la santa Celeste, prototipo de la heroína sobre la que se acumulan desgracias. Luego, el complejo y conmovedor noviazgo entre Manuel y Teresa, desterrada ésta a La Habana por Don Pedro, y luego rescatada por Arturo y Manuel en Tampico (con la oposición diabólica de Rugiero). En Tampico también aparecerá la historia de Valentín, oficial del ejército, y la lavandera Mariana. Uno más, Josesito y Celestina: el arribista leal y la cortesana honesta. Salvo Celeste, que sólo tiene cualidades buenas, y Don Pedro, que no tiene nada que lo redima, los personajes son verosímiles en cuanto humanos con virtudes y defectos. Pero a final de cuentas, como enfatiza Rugiero cuando cuenta la historia del fistol, el verdadero villano es la naturaleza humana: la crueldad, la frivolidad, la soberbia, la codicia y la hipocresía están en nosotros: todos somos el Diablo.

A pesar del tono folletinesco y los elementos inverosímiles introducidos por Rugiero, la novela brilla en pasajes muy logrados; entre muchos otros el Gran Baile del teatro Vergara; la saga criminal en que se ve envuelta Celeste; el asalto en la carretera; la vida en la Acordada; la conspiración contra Gómez Farías en la que Arturo pierde su fortuna; el retrato del Ministro de Guerra; la parroquia de Jaumave; el pleito de los ladrones tras el robo del fistol a Don Pedro; la vida en la hacienda de La Florida; el ambiente de la mendicidad, con las geniales “tías” Águeda y Marta; el naufragio frente a Tampico; el café del Progreso y su clientela; y desde luego lo mejor: la guerra civil y la invasión norteamericana.

En todas estas páginas brilla el profundo conocimiento de los más diversos rincones de la sociedad mexicana. Los pasajes melosos se ven equilibrados por prodigios de habilidad descriptiva y episodios grotescos, cómicos o trágicos. Las secuencias bélicas están narradas con precisión y maestría. Si no alcanza las alturas de Los Bandidos de Río Frío, de todas formas esta novela confirma a Payno como mucho más que un simple folletinista y como el mayor novelista mexicano del siglo XIX.