SALAMMBÔ. Gustave Flaubert. Gallimard (Folio). París, 1970 (1862). Prefacio de Henri Thomas. Introducción y notas de Pierre Moreau. 530 pp.
Esta es una de las novelas más violentas que he leído. La violencia en ella no es episódica ni representa la interrupción de una vida generalmente pacífica: es consustancial a la religión y a la organización social; de hecho, a la cosmovisión entera del mundo antiguo mediterráneo en que se desarrolla la historia. La sofisticación cultural y urbana de Cartago, la riqueza material y la exuberancia del entorno sólo acentúan la crueldad y la inhumanidad del paisaje mental de sus habitantes, tanto nativos como colonizadores y extranjeros.
Para Flaubert supuso un riesgo enorme: la dificultad de recrear una civilización sobre la que se sabe tan poco lo expuso a la crítica de los expertos (de la que salió bien librado) e implicó una estancia de varios meses en las ruinas de Cartago y la lectura de 98 libros sobre el tema, en particular sobre la misteriosa Guerra de los Mercenarios que describe la novela. Esta guerra se llevó a cabo entre 241 y 238 a.C. Derrotados por los romanos, a los que tuvieron que ceder Sicilia, Cerdeña y Córcega, los cartagineses se lamen las heridas en su ciudad. Su principal general, Amílcar Barca, no ha regresado aún y la ciudad está llena de mercenarios que reclaman su paga atrasada, pero los cartagineses no están dispuestos a pagar por una guerra perdida.
La novela comienza con un festín otorgado a los mercenarios en el palacio de Amílcar. El festín degenera en una orgía de violencia durante la cual los mercenarios insultan a un capitán cartaginés, liberan a unos esclavos y matan a otros, incendian el jardín y matan animales, hasta que, de sus habitaciones, desciende Salammbô, la hija de Amílcar, sacerdotisa de Tanit (la luna). Dos de los líderes de los mercenarios se enamoran de ella: Narr-Havas, el jefe numidio, y sobre todo Mathô, el libio. Con promesas de pago, los mercenarios son echados de la ciudad y se van a Sicca donde, después de verse defraudados, comenzarán la guerra.
Salammbô es una fanática religiosa, virgen, que despierta en Mathô una pasión insana que lo motivará a la guerra. Uno de los esclavos liberados, el ítalo-griego Spendius, se convierte en consejero de Mathô y en líder de los insurrectos. Conocedor de las supersticiones cartaginesas, convence a Mathô de colarse a la ciudad por el acueducto, penetrar en el templo de Tanit y robar el velo sagrado de la diosa. Mathô le muestra el velo a Salammbô eintenta llevársela con él, pero la mujer se rehúsa y siente odio por Mathô por haberla convertido en sacrílega al ver el velo, vedado para todos excepto para los sacerdotes.
La insurrección atrae numerosos adeptos, pues Cartago, como señala Flaubert, carecía del genio político integrador de Roma. Uno de los puntos fuertes de la novela es la descripción del absoluto eclecticismo religioso y del poder sobrecogedor de la superstición: todo podía ser divinizado, adorado y temido: estrellas, amuletos, nombres. Los dioses son esencialmente crueles y sanguinarios. De tanto temerlos, terminaban por no creer más que en el destino y la muerte.
Flaubert describe el desarrollo de la guerra y la repugnante crueldad de los dos lados. Las imágenes son fuertes, como la de la nube de aves de rapiña que se cierne sobre dos mil cadáveres en la playa. Las fortunas de ambos ejércitos se alternan, y los mercenarios logran poner sitio a Cartago.
Mathô ha quedado herido por el rechazo de Salammbô y, poseído por Moloch, se venga en las mujeres que acompañana a los mercenarios. Mientras tanto, Amílcar ha regresado y se ha hecho cargo del ejército, cansando a los mercenarios con hábiles escaramuzas. El hambre obliga a los soldados a actos como el del balear Zarxas, que bebe la sangre de un herido. La guerra es extraña: ¿por qué perdona Amílcar a los mercenarios después de la batalla en las montañas? ¿Por qué las ciudades cartaginesas de Útica e Hippo-Zaryte se pasan con los insurrectos? La descripción de los grupos que se les unen es un recuento de pueblos desaparecidos y olvidados, salvajes y exóticos como los que comen piojos y saltamontes.
Flaubert contrapuntea la guerra con el conflicto interior de Salammbô, histérica que a duras penas es controlada por el lúgubre eunuco Schahabarim, su preceptor y sacerdote de Tanit, un sabio de la cultura mediterránea y persa, que cree que la Tierra es redonda y se revuelve en el espacio a toda velocidad.
El momento de gloria de los mercenarios llega cuando Spendius rompe el acueducto, con lo que sume a la ciudad en la desesperación. Los cartagineses encadenan y cubren a los dioses para que no los abandonen, “amos crueles a los que se apaciguaba con súplicas y que se dejaban corromper con regalos”. Atribuyen el desastre al robo del velo sagrado.
Schahabarim convence a Salammbô de presentarse a escondidas en el campamento mercenario para recuperar el velo. Para ello tiene que entregarse a Mathô, lo que le provoca una extraña mezcla de amor y odio. Recuperado el velo, los cartagineses recobran el ánimo y realizan un grotesco sacrificio de niños al dios Moloch en la plaza principal. Acorralados en el desfiladero del Hacha, los mecenarios son masacrados y Mathô hecho prisionero. El final es místico y sorprendente.
Esta novela tiene muchos parecidos con otras dos igual de sórdidas y violentas: Blood Meridian, de Cormac McCarthy, y La Guerra del Fin del Mundo, de Vargas Llosa. Como en éstas, el ejército de insurrectos y aventureros atrae a las heces de la humanidad: los perdedores, los mutilados, los miserables, los locos, los desesperados. A su vez, bestializa a sus oponentes, convirtiéndolos en seres abyectos e idiotizados en el frenesí de sangre. Abundan las imágenes horrorosas, como la secuencia caníbal del desfiladero del Hacha o la crucifixión del cartaginés Hannon, leproso que se cae a pedazos de la cruz.
Salammbô es más una figura mística que una mujer real; Mathò y Spendius son soldados de fortuna enloquecidos, y Amílcar es un genio militar desprovisto de humanidad. La descripción del paisaje y la ciudad, y en general la recreación minuciosa de un mundo desaparecido, son prueba de la erudición y el genio literario de un maestro como Flaubert.
La edición incluye una selección de la correspondencia del autor en la que habla sobre su obra, en la que quiso “aplicar a la Antigüedad los procedimientos de la novela moderna”. Si de alguna novela se puede decir que es un tour de force, es esta.
2 respuestas
Intensa. Es una novela para leer en un momento muy especial, me imagino. Gracias.
Gracias, Memo!