A CLOCKWORK ORANGE. Anthony Burgess. Norton. New York, 1986 (1962). 213 pp.
Edición completa, es decir la británica original de 1962, de la que se hicieron las traducciones a otras lenguas y que incluye el último capítulo, que fue excluido de la edición norteamericana que utilizó Stanley Kubrick para hacer la película, cuyo guion por lo tanto está mutilado. Al editor de Estados Unidos le pareció que ese último capítulo era una concesión cobarde al establishment moral y social, pero Burgess explica en la Introducción que es indispensable para comprender la tesis central del libro: que la propia biología evolutiva del ser humano, sobre todo la del varón, lo impele durante la juventud a la rebeldía, la violencia y la asertividad sexual, y que el propio paso de los años lo pacifica y lo vuelve más acomodaticio y reflexivo. Así como que las sociedades represivas y moralinas provocan que ese ímpetu juvenil se canalice de manera destructiva. Narrada en primera persona, Alex describe una Londres a la vez futurista y atemporal, que prohíbe la venta de alcohol pero en la que se usan, y abusan, diversas drogas. Se trata de una sociedad clasista y represora, que refuerza el sometimiento de las clases trabajadoras a una rutina gris y desesperanzada al servicio de las clases dominantes y sus aparatos policiales.
En ese panorama de mediocridad y aburrimiento, Alex y sus droogs se dedican a embrutecerse y a cometer toda clase de atrocidades. Pero Alex ya está en la mira de las autoridades y, después del asalto a una casa, sus “amigos” lo traicionan y Alex es encarcelado. Mientras su proceso comienza, la anciana a la que han asaltado muere, lo que lo hunde. Tras una época tumultuosa y violenta en la cárcel del Estado, Alex es elegido para ser conejillo de indias de un nuevo método para curar delincuentes. Es trasladado a una especie de clínica en donde las condiciones parecen ser más benignas, pero el tratamiento es espantoso: sujetado a una silla, con electrodos conectados a su cabeza, Alex es obligado por horas a contemplar en una pantalla de cine escenas explícitas de violencia extrema, lo cual lo deja horrorizado, extenuado y asqueado. Después de dos semanas de esta tortura, Alex es puesto en libertad para comprobar si el método funciona. Pero al llegar a casa, se entera de que sus padres han rentado su cuarto a un trabajador, prácticamente repudiándolo. Huye de allí y se topa con sus antiguos camaradas, que ahora son policías. Éstos lo golpean hasta la inconsciencia y Alex halla refugio en la casa de una mujer a la que había violado, y que después se suicidó. El viudo, sin reconocerlo, le da asilo y lo cuida, pero sólo para ponerlo al servicio de su propio grupo político de oposición. Cómo se zafa de este predicamento y en qué se convierte Alex es descrito en la parte final.
¿Es lícito, sirve de algo obligar a las personas a ser buenas? ¿Justifican la paz y el orden público la aniquilación del libre albedrío? ¿Cómo lidiar con una población joven, inconsciente del dolor ajeno, que ansía actividad física y desfogue, sin matar sus inquietudes y sin reprimirla? Son todas estas preguntas que yacen, sin respuestas fáciles, en el fondo de esta historia cruda, carente de toda hipocresía o moraleja. Además, del tema, por demás relevante en la literatura, destaca la maravillosa creación de un lenguaje específico de los droogs, un idioma a la vez marginal y dominante, críptico y descriptivo, que refuerza la brutalidad de la sociedad y ahonda en la desesperanza de su protagonista, censurable y entrañable a un tiempo. Una novela de una fuerza muy especial y una calidad literaria singular.
2 respuestas
A mí tambien me aplicaron el Ludovico… Pero yo sí quede bien chido y funcional.
Voy por un veinticuatro de moloko velocet. Nos vemos en el Korova, para un poco de ultraviolencia.
Gran filme! Me gustó tanto que leí el libro (versión completa) que incluye la recuperación o rescate. Gracias por recordármelo, Memo.