EL MÉXICO DE EGERTON. Mario Moya Palencia. M. A. Porrúa. México, 1991. 735 pp.
Moya fue parte de esa especie hoy en extinción, el político culto, y en su segunda vida como diplomático y escritor hizo un gran servicio a la historia de la cultura en México con esta novela histórica y policíaca que busca, con aparente éxito, desentrañar el misterio de la muerte del pintor inglés Daniel Thomas Egerton (1791-1842) y su novia Agnes Edwards, asesinados (y violada ella, con ocho meses de embarazo) en Pila Vieja, Tacubaya, el 27 de abril de 1842. La investigación es exhaustiva y obsesiva; el resultado un texto lleno de transcripciones, fascinantes digresiones, notas explicativas y bibliográficas, incluyendo el Diario de Egerton, descubierto por el autor en una biblioteca de Londres. Se inspiró en las cartas (La Vida en México) de Madame Calderón de la Barca y es “una obra de imaginación, aunque no de fantasía”. Utiliza como alter ego al también pintor inglés Brian Nissen, quien creció en Hampstead al igual que Egerton, con cuya vida la suya comparte inquietantes paralelismos. La novela se desarrolla en dos planos: la primera mitad del siglo XIX (cuya vida política, social y cultural describe minuciosamente) y fines del siglo XX, cuando Nissen realiza su investigación. Es, además, un desfile del Tout Mexique, una exhibición de la impresionante red de relaciones del autor.
En Nueva York, en 1987, Nissen sueña varias veces con Egerton, de manera que decide investigar su vida y su muerte, empresa que lo perturbará profundamente y lo llevará a realizar cruciales descubrimientos sobre sí mismo (incluyendo la sospecha de que es una reencarnación de su colega), por medio de la investigación bibliográfica, iconográfica, astrológica, grafológica e hipnótica.
La mañana del 28 de abril, los criados de la pareja, inquietos por el regreso solitario de los perros, salen a buscar a sus amos y encuentran los cadáveres, a unos cientos de metros uno de otro. Agnes y Daniel conservan sus joyas, lo que descarta el robo como móvil, y sobre el cuerpo de ella hay una tarjeta que dice: “Florencio Egerton. Casa de los Padres Abades, Tacubaya”. Todo es muy misterioso: ¿por qué “Florencio”? ¿quién podría quererlos muertos, manifestar que sabían quiénes eran y dónde vivían, y ni siquiera molestarse en fingir un robo, para que quedara claro que era una venganza?
Esa misma mañana, muy poco después del descubrimiento, pasean por Chapultepec Richard Pakenham, embajador inglés, y su segundo, Ward. Se topan con dos jinetes que vienen de la Ciudad de México: Brantz Mayer, secretario de la legación norteamericana, y G. W. Kendall, periodista del mismo país, recientemente liberado de la cárcel, a donde había sido traído desde Nuevo México con otros invasores tejanos. Comienza así la compleja investigación del crimen, tras que los norteamericanos les informan del suceso y les dicen que el cónsul británico, Mackintosh, ya está enterado. Además del asunto en sí mismo, el interés histórico del caso consiste en que se mezcla íntimamente con el conflicto EUA-México por el control de los territorios norteños que poco después serán arrebatados (Texas se había independizado en 1836). Todo el caso se revuelve con la geopolítica, incluyendo los recelos EUA-GB, y con la turbulenta política mexicana de las décadas dominadas por Santa Anna, otro de los protagonistas.
Tras una serie de palos de ciego, el caso se confía al severo e incorruptible juez José María Puchet, quien al principio no corre con mejor suerte. Un enigmático problema es que William, el hermano del pintor, se rehúsa a entregar los papeles y efectos personales de la víctima, lo que entorpece notablemente la investigación. ¿Qué esconde? William es, curiosamente, especulador de tierras en México y Texas. Inicialmente, se detiene a Ponciano Tapia, un aguador y ratero, pero no se le prueba nada. Hay varias pistas falsas, la investigación languidece entre tensiones internacionales.
La historia avanza entre autogolpes de Estado de Santa Anna, la lucha por los territorios del norte, espionaje, la biografía de Egerton y los avatares de Nissen en el siglo XX, hasta que Puchet recibe la ayuda del único amigo mexicano del pintor, el hacendado Leandro Iturriaga, que aporta un dato clave: la existencia de la “Bruja”, Matilde Linares, novia de Egerton en su primera visita a México, y la transcripción del diario de Daniel Thomas.
Eventualmente, ante las prisas de Santa Anna por cerrar el caso, se descubre y ejecuta a los supuestos asesinos materiales, pero el verdadero móvil jamás es esclarecido (hasta la investigación de Moya), así como tampoco los autores intelectuales. Puchet queda profundamente decepcionado de la justicia mexicana, y con remordimientos por la injusticia, y los lectores nos quedamos con una pieza única y valiosísima de indagación histórica, y con un relato adictivo y magistral, a pesar de sus confesas escasas pretensiones literarias.
Un comentario
Ha e como 20 años leí esa novela y aún la conservo, gracias!