EL GENERAL DEL EJÉRCITO MUERTO. Ismail Kadaré. Alianza Editorial. Madrid, 2019 (1963). Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde. 291 pp.
Esta novela, de las primeras de Kadaré, el intelectual albanés más prestigiado, lo muestra como uno de esos afortunados escritores que parecen nacer ya maduros: aunque la publicó a los 27 años, parece la obra de un hombre mucho mayor. Desde el tono pausado y melancólico, pasando por la ausencia de “acción” (entendida como movimiento apresurado y emocionantes vueltas de tuerca), hasta el tema, que es una profunda reflexión sobre la guerra, la división irracional, las heridas de la violencia, el resentimiento y las diferencias culturales, la novela tiene una condición de obra producto de la perspectiva del tiempo.
La trama es simple: dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial, un general italiano es enviado, en compañía de un cura, a identificar y traer de regreso los cadáveres de sus compatriotas caídos y enterrados en Albania. Aunque recibe ayuda de las autoridades, entre el pueblo encuentra tres actitudes: la hostilidad de unos, la indiferencia de otros, y la empatía de algunos más. Va armado de exhaustivas listas que detallan las características de cada individuo: edad, estatura, dentadura, etc., así como los lugares donde cayeron. Durante dos años, general y cura, acompañados de un experto local, un capataz viejo y un equipo de obreros, recorren los cementerios de Albania y los campos de batalla. Además, antes de partir el general ha recibido la visita de innumerables parientes y antiguos compañeros de los muertos, que le dan información adicional y le cuentan sus historias. Estas partes, a veces tragicómicas, son de las más conmovedoras del relato. Las relaciones entre el general y el cura no siempre son fáciles. A lo largo de sus andanzas, se cruzan con frecuencia con un general y un funcionario de otro país (seguramente Alemania) que andan en lo mismo, pero mucho menos preparados, y con los que desarrollan una relación de amistosa rivalidad.
A lo largo del viaje conversan con mucha gente, pasan por algunas aventuras, y escuchan o presencian algunas historias. Todo esto sirve a Kadaré para trazar un retrato agridulce de su país, Albania, sus paisajes y regiones, su cultura, su gente, y desde luego ello nos permite a los lectores tener una idea de ese país desconocido, marginado de la Gran Historia y, durante largos períodos, aislado del resto del mundo.
Entre las secciones más destacadas hay algunas muy tristes, otras graciosas y otras tensas y casi violentas. Una de las mejores es la de una ciudad de piedra en las montañas, musulmana y cristiana, que es posible identificar como Gjirokastir, la ciudad natal de Kadaré (y de Enver Hoxha), en el sur. Durante la guerra, el ejército de ocupación instala ahí un burdel para los soldados. Desgraciadamente, un joven musulmán local se enamora de una de las prostitutas extranjeras y rompe su compromiso matrimonial, con trágicas consecuencias. En otra ocasión, un campesino viejo baja de las montañas para entregarles el cuerpo y el diario de un desertor. La novela reproduce el diario del soldado, constituyendo así una historia dentro de la historia, una particularmente bella y conmovedora. El soldado, huyendo de la guerra, busca refugio en casa de un molinero, ofreciendo entrar a su servicio a cambio de que lo escondan y alimenten, pero se enamora de la hija. Resulta que está lejos de ser el único caso: otros italianos hicieron lo mismo, y los que sobrevivieron se quedaron, protegidos de los nazis por los albaneses.
En relación con esta historia se cruza otra de las líneas temáticas de la novela. El principal motivo de desconfianza entre el general y el cura es que aquél sospecha que éste ha tenido alguna relación amorosa con la viuda del coronel Z. Este personaje, caído en la guerra, era hijo de una mujer muy rica que lo idolatra. El general ha conocido a la madre y a la guapa viuda durante sus últimas vacaciones antes de partir, cuando ellas están con el cura, y ambos se han comprometido a buscar con particular ahínco los restos del coronel Z, jefe del Batallón Azul, encargado de rastrear y castigar desertores.
Tras el trágico episodio de la muerte del capataz, llega la escena climática de la obra, en la que el general, borracho, insiste en meterse a una boda local, donde una mujer anciana lo increpa airadamente, arruinando la fiesta y revelando el verdadero carácter del “héroe” Z. Es una escena de un patetismo doloroso, muestra viviente de los horrores de la guerra y sus secuelas.
Las conversaciones entre los protagonistas son otro de los puntos fuertes de la novela. En una el cura, que estuvo en la guerra, intenta explicar al general la cultura de los albaneses, basada en una malsana obsesión por el “honor”, que los sume en un ciclo eterno de venganzas y guerras: “los albaneses no han hecho otra cosa a lo largo de los siglos que representar una sangrienta pieza teatral”. Estupideces, interviene el experto local: han sido los extranjeros y la religión, no una supuesta “psique” albanesa, los causantes de los ciclos de violencia. Otras veces, se parodia al teatro existencialista: “¿Por qué hacemos tantos esfuerzos para expresarnos con frases tan poco naturales, cáusticas y efectistas? Porque somos hombres y tenemos nervios”. Una gran novela, habrá que leer otras de Kadaré.
Un comentario
Como siempre un deleite leerte. Con ganas de horas extras para leer cada libro que nos muestras. Excelente reseña.