A FLAG FOR SUNRISE. Robert Stone. The Library of America. New York, 2020 (1981). 450 pp.
Stone fue un explorador de los lados oscuros de la civilización norteamericana, esos que han dado la mejor literatura de Estados Unidos, por lo menos desde Sinclair Lewis y Scott Fitzgerald. En su obra, sin embargo, estamos ya muy lejos del despertar del capitalismo global moderno, con su puritanismo de pueblo, o de los “locos 20s” de la primera posguerra y la Era del Jazz. Estados Unidos es ya una potencia madura, en funciones de policía global, metida hasta el cuello en las calientes guerras locales que enmarcaron las Guerra Fría bipolar. Es un país desencantado y cínico, amoral, que a veces lamenta la pesada losa de ser superpotencia. Es, también, una nación repleta de alienados, de rebeldes con y sin causa, de personas con profundas dudas sobre su supuesta misión escatológica.
Esta novela es un ejemplo de thriller político elevado a la categoría de gran literatura, porque no se pierde en los detalles de una trama rocambolesca, sino que se concentra en la vida interior de los personajes: su historia tal como la recuerdan e interpretan, sus problemas emocionales y psíquicos, su sensación de soledad y aislamiento, y la manera en que todo eso los lleva a involucrarse en el sórdido juego de intereses de la geopolítica, y cuáles son las consecuencias.
La acción (y, a pesar de todo, hay mucha) se desarrolla en 1976, en un país ficticio de Centroamérica, muy probablemente basado en la Nicaragua somocista, muy poco antes de la revolución sandinista. La novela sigue los pasos de tres personajes centrales, cuyos destinos se van acercando lentamente hasta coincidir en la conflagración final. Es una especie de apocalipsis de las conciencias de estos dos hombres y una mujer.
El relato abre con la descripción de un personaje apenas secundario, el padre Egan, jefe de una misión católica en Tecan (el país en cuestión). La misión ha sido un fracaso, nadie se acerca y los superiores han decidido cerrarla. De hecho, no quedan más que el alcoholizado cura y una monja mucho más joven, Justin, con la cual Egan tiene una relación fría. Justin es una chica de Idaho, desencantada con la religión y asqueada por la dictadura tecaneca.
En Wilmington, Delaware, el antropólogo Holliwell se prepara a salir hacia Nueva York, para tomar un vuelo a Compostela, donde debe impartir una conferencia. Compostela es, quizá, Costa Rica, un país comparativamente (sólo eso) menos violento. Holliwell también bebe constantemente, durante todo el relato. En Nueva York se reúne con un viejo amigo, que le pide realizar una tarea extraoficial para la CIA: averiguar en qué andan metidos Egan y Justin y por qué se niegan a cerrar de una vez la misión. Holliwell se niega.
La tríada se completa con Pablo Tabor, un guardacostas estacionado en Florida, conflictivo y drogadicto, que deserta y vaga hacia el sur, hasta que llega a Puerto Vizcaya, en Compostela. La narración de sus andanzas refleja, estilísticamente, la permanente obnubilación del drogadicto, a punto de convertirse en una máquina de matar, de esas que se producen tanto en Estados Unidos: no un sicario, sino un demente solitario.
En Tecan se prepara una insurrección comunista; el país es un hervidero de espías, policías paranoicos, asesinos, traficantes de armas y drogas. Stone alterna pasajes, aparentemente sin conexión entre sí, que van hilvanando la ruta de colisión. Holliwell se encuentra con un colega, que de izquierdista se ha vuelto informante de la CIA, el cual reitera el ruego de ayuda indagando las actividades de los religiosos. Después de una conferencia fracasada, Holliwell acepta el ofrecimiento de una pareja joven, los Zecca, de llevarlo a Tecan. El viaje resulta iniciático: Zecca es un funcionario de la embajada, veterano de Vietnam como Holliwell, a cargo de labores de inteligencia. Durante el largo traslado, Holliwell se sumerge en la realidad de Tecan y se da cuenta de que no tiene otra opción más que ir a Puerto Alvarado, cerca del cual está la misión. Naturalmente, ya está en la trampa, y pronto entrará en contacto con la solitaria, confundida y vigilada Justin. Ésta es una mujer de enorme valor y congruencia, encargada de un dispensario que nadie visita, y ya involucrada con los revolucionarios, por medio de un cura subversivo. Justin, también, se acerca al precipicio, y su relación con Holliwell ocurre en el peor momento.
Tabor, por su parte, consigue empleo en el barco de unos traficantes de armas, la disfuncional pareja Callahan y su socio Negus. El viaje de varios días hacia la isla donde recogen las armas, y luego a Puerto Alvarado, es un verdadero descenso al infierno del crimen y la paranoia.
Muchos otros personajes, todos inquietantes, pueblan este universo sórdido: el teniente Campos, que guarda un cadáver en hielo; Deedee Callahan, drogadicta lúcida; Naftali, el traficante israelí; Ocampo, el antropólogo homosexual y espía; y muchos otros que intervienen, a veces a ciegas, en un desastre político y humano, narrado con soltura, profundidad y amarga claridad por un novelista diestro y perturbador.
3 respuestas
Buena recomendación esta buena trama de Robert Stone. Y qué personajes.
Gracias, un texto diferente a los del pasado reciente. Me resultó más lejano, siendo un país lejano, que otras obras situadas lejanamente pero que se sienten cercanas.
Muy buena recomendación, M