ADÁN BUENOSAYRES. Leopoldo Marechal. Seix Barral. Buenos Aires, 2018 (1948). 614 pp.
Esta es seguramente la narración más emblemática de Buenos Aires y la obra maestra de la novela modernista argentina. Las primeras cinco partes son herederas directas del Ulysses de Joyce, la sexta tiene un dejo de Proust, y la séptima es una maravillosa parodia, argentinizada, del Infierno de Dante. Las primeras cinco partes, además, satirizan la poética de La Ilíada. Antes, el “Prólogo Indispensable”, situado en “192…”, describe el funeral de Adán, durante el cual seis amigos del poeta cargan su féretro. Uno de ellos, el propio Marechal, se propone publicar el “Cuaderno de Tapas Azules” y el “Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”, obras póstumas del protagonista, pero antes hace una semblanza de su vida, que se convierte en esas primeras cinco partes. Esa semblanza lo describirá “…desde su despertar metafísico en el número 303 de la calle Monte Egmont, hasta la medianoche del siguiente día, en que ángeles y demonios pelearon por su alma en Villa Crespo”.
Así, el 28 de abril, a las 10:00 am, Adán despierta. Tras presentar una panorámica de la ciudad en otoño, el libro detalla las reflexiones de Adán sobre las dicotomías alma/cuerpo y espacio/tiempo. En un constante diálogo con el lector, la novela relata la infancia del poeta en Maipú y la historia de su familia, todo en tono satírico, al igual que en el resto de la narración. Una vez vestido, entra en el cuarto vecino de la pensión donde vive, en el que aún duerme Samuel Tesler, un “filósofo” judío y holgazán, dado a las peroratas sentenciosas. Ambos están enamorados de dos hermanas, Solveig y Haydée Amundsen, que viven en el aristocrático suburbio norteño de Saavedra. Samuel le da un equívoco mensaje de Solveig, que provoca luego una cómica confusión.
Por la tarde, Adán camina de Villa Crespo a Saavedra, rumbo a la tertulia de las Amundsen. Por el camino va describiendo el barrio y sus habitantes: la iglesia de San Bernardo y Cristo de la Mano Rota, un mendigo ciego (y rico), una señora amargada y otros personajes característicos, con sus historias. Adán va cavilando, observando con cómica y patética ampulosidad lo que ve, como una riña entre las madres de dos traviesos. Flirtea con Ruth, encargada del almacén “La Hormiga de Oro”, y su “alma gemela” artística. Las huellas de Joyce están aquí por todos lados, pero con un tono claramente argentino.
La tertulia en la mansión de las Amundsen, el episodio más cómico, presenta a un amplio grupo de personajes, masculinos y femeninos, todos grotescamente simpáticos. Entre ellos, el petulante médico Lucio Negri, rival de Adán por los favores de Solveig; la señora Amundsen y sus tres hijas; la hipocondríaca Sra. Ruiz; los aburridos Johansen; y luego la pandilla de Franky Amundsen, jóvenes ricos que discuten sobre el criollismo entonces tan en boga. Negri y Tesler se enzarzan en un estrambótico debate entre positivismo y misticismo. Al terminar la reunión un grupo decide seguir la parranda en los campos vecinos. Completamente ebrios, se pierden en los prados anegados; cada uno exhibe sus excentricidades y el relato aquí se mueve hacia lo fantástico-grotesco: conversan con un gliptodonte sobre geología y paleontología; con un indio sobre el origen del hombre americano; con un gaucho; y luego de otras aventuras llegan a Villa Urquiza, donde se lleva a cabo el esperpéntico velorio del gaucho Juan Robles, otro episodio maravilloso e hilarante. La francachela termina en la “glorieta” (jardín-bar) de Ciro Rossini, donde se discute sobre la existencia o posibilidad del Disparate, y sobre poesía. Adán afirma sobre este último tema: “jugar con las formas, arrancarlas de su límite natural y darles milagrosamente otro destino, eso es la poesía”. Hay un corolario, la fallida visita a un burdel.
El regreso a casa es difícil por la borrachera tremenda de Tesler, que va disertando sobre el carácter de su pueblo, el judío. Al despertar, Adán sigue rememorando su infancia, en el capítulo menos satírico y más poético de la obra. Recuerda sus viajes por Europa, donde descubre su vocación poética, como en una visita a Galicia donde ve una escena de pesca: “Y como si aquellos hombres hubieran pescado el día y lo trajeran a remolque, la luz creció en torno y se encendió la tierra como una lámpara”. En este viaje iniciático, como en toda la novela, Aristóteles está presente. En otro capítulo bellísimo, Adán relata sus días de escuela y su lectura de La Odisea (Ulises otra vez). Finalmente, da un paseo a medianoche, lleno de reminiscencias, hasta que, mientras concilia el sueño, ángeles y demonios luchan por su alma, como ocurre con el Fausto, de Goethe.
El “Cuaderno de Tapas Azules”, escrito por Adán en primera persona y dirigido a Solveig, recapitula su vida, sensibilidad y autodescubrimiento: “…no me propuse trazar la historia de un hombre, sino la de su alma… por todo lo cual mi trabajo ha de parecerse al desarrollo de un teorema o a la consideración de un enigma”. Epifanías, terrores, visiones, sobre todo la de la Mujer; desarrolla sus sensaciones con conceptos aristotélicos: entendimiento, voluntad, causa primera, esencia, sustancia, acto, potencia.
La última parte, esa parodia de Dante llamada “Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”, comienza el sábado 30 de abril, durante una excursión a Saavedra con el excéntrico astrólogo Schultze. Alrededor de un ombú (el árbol nacional argentino), trazan un círculo mágico que les abre las puertas del infierno, pero uno particular de Argentina. Adán se da vuelo castigando a los tipos nacionales: los irresponsables, los que molestan, los lujuriosos, etc. En una pieza inserta genial, el Personaje recorre la historia argentina, desde el bisabuelo heroico hasta el burócrata deshumanizado, apático e indiferente. Es un viaje delirante e hilarante.
Una novela totalizadora, llena de humor, filosofía y poesía, con personajes memorables, una elegía a Buenos Aires, digna de contarse entre las grandes novelas modernistas del siglo XX.