EL REINO. Emmanuel Carrere. Anagrama. Barcelona, 2017 (2014). 516 pp.
Este libro es, como suelen ser los de Carrere, una mezcla extraña de confesión, ensayo y novela: en los dos libros que le había leído, el retrato de un personaje y sus singulares peripecias reales – el psicópata Jean Claude Romand y el no muy cuerdo Limónov – sirven como espejo y contrapunto de la vida del autor, un hombre sumamente complejo, inteligentemente egocéntrico, depresivo y enfrascado en una lucha eterna y titánica por alcanzar la paz de espíritu. Ocurre lo mismo en este caso, sólo que el tema en cuestión es ni más ni menos que la historia narrada en el Nuevo Testamento, que puede ser real, teñida de leyenda, o enteramente ficticia. Carrere se inclina por la primera opción, convencido de la existencia histórica de Jesús, pero no de los hechos sobrenaturales. Salvo, claro está, durante su período religioso de tres años. La obra es, así, tanto la historia de su evolución religioso-espiritual, como la reconstrucción de cómo pudo haber sido, en realidad, la génesis y difusión del cristianismo. El eje de esta segunda trama es Lucas, probablemente (realmente según él) autor de un Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, así como el periplo vital de Saulo de Tarso, San Pablo.
En el “Prólogo: París 2012”, describe una cena con gente de la televisión, relacionada con un guion suyo para una serie sobre muertos que regresan a la vida. La conversación deriva al cristianismo: ¿no es extraño que gente, por lo demás racional, crea en esas patrañas? Intrigado, se propone tomar un crucero para católicos a Tierra Santa, y entrevistarlos. De pronto recuerda que no hace falta, tiene un católico a la mano: él mismo, que durante una crisis entre 1990 y 1993 abrazó con fervor la fe, acudió a misa diariamente y llenó cuadernos con apuntes sobre el Evangelio de Juan.
“Una crisis: París 1990-1993” retrata su lucha contra dos mentores espirituales: su madrina Jacqueline y su mejor amigo Hervé, así como su conversión repentina en una capilla de los Alpes suizos. En este período, se casa por la iglesia en Egipto, se somete a psicoanálisis, pone a prueba su fe en el caso de una niñera desquiciada, pelea con Nietzsche (“A los espíritus se les juzga por la dosis de verdad que son capaces de soportar”) y escribe la biografía de Phillip K. Dick, otro converso. Al final de sus cuadernos y de esa etapa, escribe: “Te abandono, Señor. Tú no me abandones”.
“Pablo, Grecia 50-58” comienza con el encuentro entre Pablo y Lucas, un médico griego, estoico e interesado en el judaísmo como alternativa a la moribunda religión grecorromana. Imagina – reconstruye – la historia y características de las primeras comunidades cristianas, así como la secuencia misionera de Pablo por el mundo griego, sus estrategias doctrinales y propagandísticas, sus tareas como líder, profeta, organizador y verdadero fundador (creador) del cristianismo triunfante, el ecuménico y platónico, no el judío. Justamente, en su regreso a Jerusalén choca frontalmente con el liderazgo judío local de Santiago (el hermano de Jesús), Pedro y Juan.
“La investigación, Judea 58-60” relata el arresto de Pablo, su relajada prisión en Cesarea, las actividades de Lucas en ese tiempo (que le permitirían escribir sus textos), así como describe la lucha que llevó a asignar la culpa de la crucifixión a los judíos y no a los romanos. Por cierto, aquí tiene puntos de contacto con los argumentos de Pedro Ángel Palou en su novela El Impostor, con cuyas conclusiones Carrere estaría en desacuerdo si las conociera.
“Lucas, Roma 60-90” narra la prisión y muerte de Pablo y los comienzos del cristianismo en la gran urbe imperial. Se pregunta cómo pudo haberse escrito un evangelio, cómo surgió un canon, cómo puede haber sido Lucas. Hace una comparación paganismo-judaísmo-cristianismo y explica las razones por las cuales, a diferencia de otras religiones, lejos de haber sido absorbido e incorporado, el cristianismo y los cristianos fueron considerados “enemigos de la humanidad”, una religión en la que “todo lo que se juzga bueno fue considerado malo y viceversa”.
Lucas le fascina porque, entre otras cosas, fue el primer escritor antiguo en presentar un movimiento religioso describiendo no su doctrina, sino su historia. Con la muerte de Pablo, desaparecen los personajes del drama, menos Juan, el más enigmático. Con toda probabilidad, hubo varios Juanes: es inverosímil que el pescador analfabeto, que hablaba arameo, haya escrito el más elegante, intelectual y griego de los evangelios, y a su vez, el evangelista no puede ser también autor del Apocalipsis, pues están en las antípodas doctrinales e ideológicas. Reconstruye lo que puede de Marcos y Mateo, en secciones francamente fascinantes que denotan un estudio profundo, obsesivo del tema.
El “Epílogo, Roma 90, París 2014” prosigue su examen textual-histórico y finaliza relatando sus experiencias con un grupo de oración y ayuda cristiana a personas con discapacidad, que le reveló el verdadero Reino: el amor real, en acción, por el prójimo.
Un viaje espiritual profundo, de una mente voraz, analítica y apasionada, y una catarsis compartible en el propósito y admirable en la ejecución.
2 respuestas
This book sounds fascinating. I wonder if it will be or has been translated. Existential themes like this are a bit lacking from the UK lit scene. So it’s very intriguing that titles like these are generating debate and reviews in the Spanish speaking world. Thank you, Memo
Me pareció muy interesante, y bien expuesta, la búsqueda de Carrere. Felicidades.