THE RINGS OF SATURN. W. G. Sebald. New Directions. New York, 1999 (1995). Traducción de Michael Hulse. 296 pp.
Muerto prematuramente, Sebald dejó una obra breve, pero de enorme belleza e intensidad, que además crea con un estilo absolutamente propio, al grado de desarrollar un subgénero único. Sus obras narrativas (esta es la tercera que leo) no son ni novela ni ensayo, o son una mezcla de los dos, la primera con una tenue trama, y el segundo como una crónica de viaje que suscita reflexiones e historias sobre sus temas recurrentes: la historia intelectual, la memoria y el olvido, el Holocausto, las relaciones entre paisaje y estados emocionales. La voz es de un Yo ficticio, peo en el que no se pude dejar de sospechar, al menos en buena parte, la voz del escritor.
El ejercicio memorialista parece tener fines terapéuticos: tras un viaje a pie por Suffolk, en agosto de 1992, el narrador, que ya se sentía “vacío”, sufre al año un colapso nervioso. Conforme se recupera en un hospital de Norwich, comienza a escribir. Al ir recorriendo las etapas de su viaje, va describiendo los lugares, sin idealizarlos, y dando su opinión sobre la historia y la condición presente, episodios notables, personajes que nacieron o vivieron ahí, e incluso la historia natural de la zona. Usa un tono sencillo y reflexivo, que hace sumamente atractiva su excéntrica erudición, que no suena presuntuosa, sino totalmente pertinente para las meditaciones que el entorno suscita.
Aún en el hospital de Norwich, busca el cráneo del escritor y científico Thomas Browne (1605-82), separado de su cuerpo y entregado a la biblioteca del hospital. No lo encuentra, pero sí un retrato del personaje. Piensa en la ironía del destino de sus restos a la luz de su famoso tratado Urn Burial, una meditación sobre el cuerpo humano, la mortalidad, las prácticas funerarias y la idea de la vida más allá de la muerte. La Lección de Anatomía, de Rembrandt, así como Descartes, ilustran también el tema.
El viaje comienza con un trayecto en tren, de Norwich (Norfolk) a Lowestoft (Suffolk). Va en busca, cerca de ahí, de Somerleyton Hall, una mansión extravagantemente lujosa, ahora abandonada. El jardinero le cuenta sobre los bombardeos alemanes que arruinaron la zona. En efecto, Lowestoft se había desarrollado como centro vacacional para alemanes, pero la guerra provoca su decadencia. En la playa, observa la extinción de los bancos de peces por la contaminación marina, y logra que una breve historia del arenque resulte fascinante. En Southwold tiene extraños sueños: “¿Qué clase de teatro es ese, en el que somos al mismo tiempo dramaturgos, actores, directores de escena, escenógrafos y audiencia?”.
El narrador sigue contando lo que ve, su historia y los recuerdos y pensamientos que se le van ocurriendo, metiéndonos de lleno en los lugares y su atmósfera, siempre con historias y personajes muy peculiares e interesantes. Un viaje previo, de Alemania a Holanda, la tumba de San Sebold, viaje en avión a Norwich. El Salón de Lectura de los Marineros, en Southwold, el Crow Hotel, la Primera Guerra Mundial, los campos de concentración croatas; un documental sobre Conrad y Casement. Recuerda que Conrad llegó a Inglaterra por Lowestoft en 1878, y desde luego su esbozo biográfico, con el episodio del Congo, es maravilloso, así como el de Casement.
En Blyth contempla el puente que se construyó para el emperador de China, y que quedó en desuso por las guerras del Opio, la rebelión Taiping, y luego viene la historia de la horrorosa emperatriz T’zun-hsi. Cómo no volver al tema del tiempo y la mortalidad al ver las ruinas de Dunwich, importante puerto medieval, ahora sumergido en el mar, con sólo una aldea adjunta, de 183 habitantes. Había sido un lugar favorito de melancólicos poetas victorianos, entre ellos Swinburne, casi enano, con una cabeza enorme y cabellera roja. Visita al traductor Michael Hamburger; un holandés y la historia del tráfico de azúcar, el palacio derruido del magnate azucarero padre de Edward Fitzgerald, traductor del Rubbaiyat, quien creció ahí, solitario, millonario y excéntrico. La decadencia de Irlanda tras la Guerra Civil; la creación frenética de cotos de caza en Ormor; las ruinas de hoteles de playa, mansiones y spas de antaño; Thomas Abrams, de Chestnut Tree Farm, que lleva veinte años haciendo un modelo a escala de Jerusalén; St. Margaret Church y la historia maravillosa y conmovedora de Chateaubriand y la hija del párroco. El poeta y estadista francés, al rememorar el episodio en Memorias de Ultratumba, se pregunta si no fue un error “desperdiciar (mi) oportunidad de ser feliz, sólo por poder cultivar un talento”. Ahora sólo puede escribir: “Escribir es la única manera en que puedo lidiar con los recuerdos que me abruman con tanta frecuencia y sin previo aviso. Si se quedaran encerrados, se harían más y más pesados…hasta hacerme sucumbir”.
El huracán de 1987 en Combourg, el Museum Clausum de Browne, la historia del comercio de seda; de regreso a Norwich; su esplendor medieval y el lamento por la fea modernidad. Un tour de force de la memoria, la melancolía, la historia local y sus relaciones con la global, una delicia de relato que podría seguir y seguir.