TEATRO DE MARAVILLAS. Martha Fernández. UNAM. México, 2018. 447 pp.
Este muy interesante libro describe “la vida cotidiana en la Ciudad de México durante la época virreinal”, en breves secciones temáticas ilustradas con personajes y anécdotas representativas, de manera que se logra una visión tanto de conjunto como de detalle, sin idealizar. Se limita a lo que hoy es el Centro Histórico, con pocas excepciones. En 1523, Alonso García Bravo hizo la traza de la ciudad, que sería luego muy admirada por su retícula y por la anchura de sus calles en comparación con las ciudades europeas de la época. Para 1554 el Zócalo ya estaba totalmente rodeado por edificios españoles, y en la periferia de la ciudad había cuatro barrios indígenas. Estuvo poco y mal iluminada (y era peligrosa de noche) hasta finales del siglo XVIII, cuando el segundo virrey Revillagigedo la modernizó y amplió. En arquitectura hubo una sucesión de estilos (manierista, barroco y neoclásico), muy visible en la Catedral.
Las casas ricas tenían un salón “del estrado”, otro “del dosel”, cocina, capilla, azotea-terraza, caballerizas, cuartos para criados, etc. Las siguientes clases sociales vivían en accesorias y vecindades, y en los bajos de todo edifico o mansión había comercios. Baños, lavaderos y basura eran problemas permanentes. La autora describe la evolución de la vestimenta y comida.
En un par de fascinantes capítulos, describe la vida en conventos de monjes y monjas, su importante labor de aculturación y las frecuentes (y a veces escandalosas) transgresiones que albergaron. Las monjas vivían en clausura, pero los monjes salían a la ciudad (y tenían mala fama). El convento de La Concepción, de 1540, fue el primero para mujeres de América; llegó a haber 22 y eran pequeños pueblos, con calles y suntuosas celdas para las ricas, que tenían esclavas. Como toda comunidad cerrada, fueron teatro de luchas de poder, envidias, celos, lujos y disipación.
Un amplio capítulo es dedicado a la educación, que estaba en manos de órdenes mendicantes, y la Universidad fundada en 1553. Estaba en la Plaza del Volador (Suprema Corte de hoy) e incluía clases de náhuatl y otomí. Los jesuitas tuvieron colegios prestigiados y entre los de niñas destacan el de Cristo y el de las Vizcaínas, de 1767, primera escuela manejada por laicos. La educación artística estaba a cargo de más de doscientos gremios, hasta la fundación de San Carlos en 1783. En cuanto a las compras, las mercancías llegaban por tierra y agua, y había enormes mercados, sobre todo el de la Plaza Mayor, descrito como “teatro de maravillas” o “inmundo” según el observador. El Baratillo vendía cosas usadas y las de lujo estaban en el Parián.
Entre los paseos destacaban la Alameda, de 1592, y Bucareli, de 1778, más Chapultepec y los acuáticos como Jamaica, Iztacalco y La Viga. La gente descansaba en San Agustín de las Cuevas (Tlalpan) y San Ángel, o en las huertas de San Cosme. Reciben mucho espacio, por su importancia y frecuencia, las fiestas religiosas y las cívicas. Entre las primeras resaltaban la lúgubre Semana Santa, la Navidad y, poco a poco, las procesiones guadalupanas. Entre las segundas, el Paseo del Pendón, el 13 de agosto, que conmemoraba la rendición de Tenochtitlan; las Juras Reales y las entradas de virreyes. La primera corrida de toros fue el 13 de agosto de 1529, pero no había plaza permanente. Entre las fiestas privadas eran muy populares los bailes de disfraces, en los que participaban hasta los curas.
El teatro era también muy popular; al principio era para evangelizar, pero en 1597 se fundó la Casa de Comedias de Francisco León, y luego los más famosos fueron el Coliseo Viejo (hasta 1629, cuando ocurrió la fatídica inundación de cinco años) y el Coliseo Nuevo, desde 1638. La autora platica sobre actores y actrices famosas, así como sobre los coches de alquiler y otros medios de transporte. Las mujeres, en general, eran bastante libres (para esas épocas): había libreras y toreras, por ejemplo. Partes muy ricas son las que describen las librerías, editoriales e imprentas (desde la primera de América, la de Juan Pablos, de 1538). La literatura comenzó con los cronistas de la Conquista y la evangelización, pero luego proliferó la poesía. Las letras, desde luego, alcanzaron su cumbre en el siglo XVII con Sor Juana y Sigüenza. El periodismo comenzó en 1621 con la primera “hoja volante” y se consolidó en 1722 la Gaceta de México, de Juan Castorena.
Artes plásticas y música se manifestaron en artistas del mayor nivel, muchos de los cuales son reseñados de manera interesantísima, así como la ciencia, que debutó en 1557 con las obras de astronomía de fray Alonso Veracruz. Se describe la justicia religiosa con la Inquisición y la civil con la Acordada, ambas temibles. Enfermedad, muerte y desastres también reciben amplia atención.
Un libro necesario, muy ameno y revelador.
Un comentario
De acuerdo en que es la época menos conocida, y más aún la vida cotidiana, solo se saben algunos hechos aislados, cuando fueron 3 siglos en que se forjó gran parte de nuestra identidad. Muchos de nuestros antepasados, llegaron a la Nueva España en esos años y comenzó el mestizaje. Por lo general se realzan en las escuelas y libros los temas de las culturas prehispánicas dejando a un lado este periodo tan importante.