SOLARIS. Stanislaw Lem. Harcourt. New York, 1987 (1961). 204 pp.
Sin ser un experto en ciencia-ficción, me parece que las mejores obras del género son las que aprovechan las condiciones alteradas por la lejanía espacial, temporal y tecnológica para resaltar con una nitidez particular los elementos esenciales de la naturaleza humana. Más que la precisión predictiva, siempre arriesgada, las situaciones propiciadas por la construcción imaginaria de escenarios y ambientes son lo que permite al escritor analizar las reacciones de los personajes – tanto los humanos como los no humanos – en una nueva luz. Cuando el autor aprovecha a cabalidad esta oportunidad, surgen relatos estremecedores, conmovedores y reveladores con los que la misión de la literatura alcanza su objetivo iluminador, más allá de la mera aventura o la demostración de los conocimientos técnicos de quien escribe. Como pocos libros, Solaris hace el mejor uso de estas posibilidades en un relato profundamente perturbador, original y personal.
En algún momento indeterminado del futuro, el psicólogo Kris Kelvin (la elección del oficio es clave) arriba a la estación instalada sobre la superficie del planeta Solaris, en la que sólo quedan tres científicos con los que se ha perdido comunicación. Son dos, de hecho, pues cuando Kelvin llega el Dr. Gibarian se ha suicidado. Lo recibe Snow, un hombre envejecido, extraño y hostil. El otro, Sartorius, está encerrado en un laboratorio y se rehúsa a tener contacto. Kelvin, protagonista y narrador, explica la historia de Solaris y de las misiones que lo han explorado, sí como su geografía.
Bajo una atmósfera sin oxígeno, Solaris está cubierto por un extraño océano viscoso, salvo grupos de islas en constante cambio. El océano parece tener vida propia y acaso cierto tipo de inteligencia, pero su naturaleza ha dado lugar por varias décadas a las más dispares teorías y escuelas, que han acabado por formar una literatura inacabable en la que se manifiestan campos irreductiblemente opuestos. Varios exploradores han perdido la vida en su interior, sobre todo cuando se han internado en las espectaculares formaciones que adoptan las aguas. Estos “mimoides” (de mímesis) son estructuras semi-sólidas que “parecen” cosas y que van cambiando como si estuvieran vivas. No encontramos mimoides sino al final. Al principio, mientras vaga por la estación semi-abandonada, Kelvin encuentra extrañas visiones. Una noche despierta y ve junto a él a Rheya, la mujer amada a la que, involuntariamente, orilló al suicidio unos años antes. Rheya no sabe qué hace allí, y obviamente no es ella en realidad. Pero sí. Algo similar le ha ocurrido a los demás, y ese algo ha causado el suicidio de Gibarian, su mentor, cuyas notas Kelvin encuentra. Poco a poco va acercándose a Snow, quien trata de explicarle lo que pasa, hasta donde puede especular. Hacen contacto con Sartorius y organizan un experimento para bombardear el océano con neutrinos, a fin de excitar una respuesta y averiguar algo más sobre su naturaleza. Ya antes han lanzado rayos X y, tal vez, las extrañas apariciones sean la respuesta.
Entre las indagaciones de Kelvin y la historia de Solaris se cuela la relación entre Kelvin y Rheya, verdadero eje del relato, y luego se desarrolla el contacto de Kelvin con el océano, hacia el final. El conflicto de Kelvin es inusitado: sabe que “esa” Rheya no es real, y sin embargo le despierta el mismo amor que la real. O tal vez es real porque es una proyección de su psique provocada por el océano inteligente. ¿Es una agresión? ¿Es una broma inocentemente macabra? ¿Es una respuesta mecánica, biológica, automática, provocada por los rayos X? Interesante, pero no urgente: lo urgente es saber qué hacer con ella. Pasa por la mente de Kelvin llevársela de regreso a la Tierra, poer ni siquiera sabe qué es o de qué está hecha. Al final, Kelvin decide salir de la estación y explorar directamente la superficie del planeta, con lo que abre nuevas vistas a la naturaleza del Ser.
¿Qué es la vida? ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es la muerte, la memoria, la eternidad? ¿Qué significa “ser”? Sobre todo, ¿podemos comprender el universo, otras formas de vida, sin antes conocernos a nosotros mismos? El humano, dice Snow, ha ido a los confines del universo a buscarse a sí mismo. No puede explicar nada sin esta autorreferencia. Y quizás el océano de Solaris regresa un retrato perturbador de la mente humana. ¿Tenemos, más allá de nosotros, un maco de referencia para entender el universo? Hay más, mucho más en esta novela densa y profunda, bella y terrorífica, fría y tierna, e inolvidable.
2 respuestas
Interesante encuentro con la filosofía en la ciencia ficción que nos ofrece Stanislaw Lem.
Gtacias por tus reseñas.
Gracias, Memo.