JERUSALÉN. Simon Sebag Montefiore. Crítica. México, 2019 (2011). Traducción de Rosa María Salleras Puig. 853 pp.
Esta es la desconcertante, y casi siempre horrorosa, historia de un pueblo sobre una colina que, a pesar de carecer de cualquier atributo valioso por sí mismo, se convirtió en la ciudad más disputada del mundo y de la historia, para desgracia de sus habitantes. En efecto, Jerusalén carece de cualquier valor: estratégico, logístico, productivo, comercial o intelectual. Cualquiera menos el más peligroso: el simbólico. Al ser centro de culto principal de tres religiones, el judaísmo y las dos religiones más agresivas e imperialistas, el cristianismo y el islam, un cerro pelón con unas casuchas encima devino objeto del deseo casi universal, permanente campo de batalla, escenario perpetuo de atroces masacres y calamidades, y teatro de fantasías apocalípticas, además de parque temático de cultos supersticiosos, pero muy poderosos. Mientras escribo esto, sigue estando en el centro de una feroz guerra.
Cuna de religiones y sede del Juicio Final, Jerusalén es prueba patente de que las guerras no siempre (casi nunca, de hecho), se libran por razones económicas, sino simbólicas y emocionales. Es decir, políticas en tanto la política es ante todo una manipulación de símbolos para alcanzar y conservar el poder. Montefiore, por razones incluso familiares, siente un gran amor por la ciudad, pero su condición de historiador serio lo obliga a reiterar la maldición que pesa sobre ella: “Una historia de Jerusalén debe ser un estudio de la naturaleza de la santidad”. Ninguna otra ciudad tiene su propio libro oficial: la Biblia. A lo largo del relato presenciamos las sucesivas construcciones y destrucciones que la hacen un verdadero palimpsesto arquitectónico.
Sería imposible resumir en un texto breve los tres mil intensos años de historia, interrumpidos apenas por unos cuantos interludios de olvido y oscuridad (y paz). Apenas se pueden esbozar las principales etapas. Poblada por primera vez hacia 5000 a. C., para 3200 era ya un pequeño pueblo amurallado. La noticia histórica más antigua data de 1350, cuando el rey, un tal Abdi-Hepa, pide ayuda a su soberano, el faraón Ajenatón. Siglo y medio después, hacia 1200, encontramos la primera mención de “Israel” en una estela que dice que el faraón Merenptah lo ha derrotado. En esa época, al parecer, Jerusalén estaba habitada por los jebuseos, un pueblo cananeo. Más o menos en la misma época, entre 1500 y 1000, llegaron los filisteos, parte de los “pueblos del mar” que asolaron el Mediterráneo oriental, y los israelitas conquistaron las colinas al oeste del Jordán. Hacia el año 1000, David conquistó la ciudad y unificó a las doce tribus. Su dinastía duró cuatro siglos, pero sólo sobre Judea, pues la unión se desintegró rápidamente en ese reino y el de Israel, al norte. En 921, tras el fin de la Edad Oscura, el faraón Sheshong invadió los dos reinos y se llevó el oro del templo, primer relato bíblico confirmado por la arqueología. Como dice Montefiore, “la prosperidad de los israelitas sólo duró lo que duró el letargo de las grandes potencias”. En 724 a. C., Sargón II de Asiria destruyó Israel; en esa época apareció el primer Isaías (pues hubo dos), creador de la Jerusalén celestial y espiritual. Ahí desaparecieron las famosas diez tribus perdidas. En el siglo VI a. C., bajo el rey Josías de Judá, se acentuó la fusión de textos de los dos reinos; en 586 a. C. Nabucodonosor II arrasó Jerusalén, destruyó el Templo y se perdió el Arca de la Alianza.
El exilio en Babilonia fue una experiencia traumática, pero formativa; de ahí surgió el Antiguo Testamento más o menos como se le conoce hoy: “Alejados de Judá, los hijos del pueblo de Judá se estaban convirtiendo en judíos”. Tras la derrota de Babilonia por los persas, Ciro el Grande y Darío permitieron el regreso, la construcción y consagración del Segundo Templo. Era una ciudad minúscula y derrotada. Aquí nace propiamente el judaísmo como religión.
Tras dos siglos de oscuridad, en 301 a. C., el rey macedonio de Egipto, Ptolomeo I, la saqueó y exilió a los notables a Alejandría, de donde saldría la Septuaginta, la Biblia en griego. Como todas, la dinastía de los ptolomeos se fue degenerando, hasta que en 164 a. C. los Macabeos se rebelaron y se impusieron. Pero esa dinastía también acabó en desastre. De la mano de la nueva potencia, los romanos, llegó otra: los Herodes, que de judíos no tenían nada, pues eran fenicio-idumeos. Herodes el Grande, muerto en 4 a. C., reconstruyó el Templo, pero su corte fue sanguinaria y corrupta. Esto, más el ser títere romano, provocó una serie de revueltas. Fue en esa época, contra sus sucesores y los romanos, cuando se desarrollaron los acontecimientos que dieron origen al cristianismo, luego mitificados. Montefiore, por cierto, evita meterse en el embrollo sobre la historicidad o no del relato evangélico, y simplemente lo da por bueno, sólo con las correcciones más obvias.
Tito destruyó el Templo y la ciudad; casi todos los judíos fueron expulsados y la ciudad se convirtió en Aelia Capitolina, poblada por excombatientes sirios y griegos. La ausencia del Templo propició el surgimiento del judaísmo moderno. La ciudad cayó en la insignificancia. En el siglo IV llegaron los bizantinos. Con invasiones persas de por medio, la ciudad alternó entre cristiana y judía, pero de 617 a 1967, 1350 años, la ciudad ya nunca estuvo en manos de judíos.
En 636 fue conquistada por los musulmanes, para quien es sagrada porque supuestamente Mahoma subió de ahí al cielo, para conversar con Abraham, Moisés y Jesús. En 691-92 se construyó el Domo de la Roca, y en 720 se prohibió a los judíos el culto en la Explanada de las Mezquitas. La historia de la Jerusalén islámica es muy compleja e interesante. De 1099 a 1187 fue un reino cristiano de las Cruzadas, otra época alucinante, hasta que la recuperó Saladino. Siguieron más cruzadas, particiones, saqueos, masacres y demás. Jerusalén se convirtió en una ciudad pequeña, sucia, disoluta y peligrosa, poblada por peregrinos, unos piadosos y la mayoría simples truhanes. En 1517 la tomó el otomano Solimán el Magnífico: “la Ciudad Vieja actual es más suya que de cualquier otro”. Solimán trajo prosperidad y repoblamiento. A partir de 1550 empezó a llegar la diáspora sefardí, a quienes el sultán asignó el Muro de las Lamentaciones. Llegaron también los protestantes y comenzaron las interminables disputas (que siguen) entre católicos, evangélicos, ortodoxos, armenios, y cuanta secta cristiana hay. Los protestantes se horrorizaron ante las supersticiosas ceremonias y el mercantilismo cristiano. De ahí, y a la fecha, Jerusalén se convirtió ante todo en un centro turístico.
Con la decadencia otomana llegó el dominio de la dinastía albanesa de Egipto (Mehmet Ali y sucesores). A principios del siglo XIX era una ciudad fantasmal, miserable y peligrosa, ideal para los Románticos. A mediados del siglo llegó la oleada de evangélicos norteamericanos. Con ellos vino un auge inmobiliario fuera de las murallas y se creó la ciudad moderna. Llegaron también arqueólogos, espías, más prostitutas, hoteles de lujo, agencias de turismo, bares y luego, autos, siempre en medio de constantes luchas, motines, atentados y ejecuciones. Se convirtió en una ciudad absolutamente cosmopolita, y en 1880, por primera vez desde los romanos, la mayor parte de la población era judía (más de la mitad de ellos, judíos rusos). Vino el sionismo de Herzl, Weizmann y Ben Gurion, la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo árabe, los vaivenes ingleses y las semillas del moderno conflicto palestino-israelí. En 1917 apareció la Declaración Balfour y Allenby tomó la ciudad. La etapa del mandato británico es turbulenta: lujo, jazz, autos, prostitución y fiesta en medio de masacres y atentados. Migración en masa de árabes y judíos y la guerra civil. Con el ascenso de los nazis y la Segunda Guerra Mundial, el nefasto muftí Amin al-Husseini apoyó a Hitler, rechazó toda propuesta de crear dos estados y radicalizó la lucha palestina, con efectos palpables hoy.
Sigue la historia de los últimos y trágicos sesenta años. Imposible mencionar a los cientos de personajes que han protagonizado esta historia fascinante e inolvidable de la ciudad más disputada de la historia. Obra imprescindible como pocas, para comprender buena parte del conflicto geopolítico y cultural del mundo.
2 respuestas
La reseña refleja con claridad la historia extraordinariamente compleja de Jerusalén, plagada de conflictos y a la vez, casi contradictoriamente, motivadora de sentimientos espirituales.
Es verdad como por siglos se fue forjando Israel la tierra prometida donde tres religiones encuentran su inicio precisamente en Jerusalém
Pero la pregunta persiste porque viniendo del mismo Dios tres religiones encuentran el odio desmedido hasta la intolerancia de que alguna tiene que prevalecer La Judía la Islamica y la Cristiana
Son los libros sagrados de cada religión los que imparten justicia en cada una y por alguna razón inexplicable durante milenios el odio persiste y las guerras en esa región de Dios son religiosas y no políticas como occidente las quiere ver y las quiere imponer pues la religión para los académicos no cuenta en occidente y es un craso error pues es sin duda la tierra de la teocracia
La religión cristiana predominante en occidente y oriente con la iglesia ortodoxa tampoco encuentra la forma de unificar criterios pues sus orígenes religiosos en Israel tampoco se los permite
El Papa Francisco y otros dirigentes de la iglesia católica han invocado el principio de una unión ecuménica pero no encuentra el liderazgo católico una resonancia importante en las religiones judia e islamica a la vez dividida claramente entre shiitas y seguidores del profeta Mahoma
Difícil casi inexplicable problema religioso que me hacía meditar en el desierto de Arabia Saudita cuando fui Embajador deMexico porque Dios permite tanto odio entre sus propias religiones y pedía su ayuda para entenderlo pero sabía que estaba en terrenos prohibidos por alguna razón inexplicable.
Tuve presente siempre las inteligentes conversaciones que tuve con los embajadores de la Colina y Antonio Gómez Robledo sobre San Agustín y Santo Tomas de Aquino recordando el padaje del Niño que quria vertir el mar en un agujero en la playa !