SPEAK, MEMORY. Vladimir Nabokov. Everyman’s Library. New York, 1999 (1951, rev. 1967). Introducción de Brian Boyd. 268 pp.
Esta, una de las autobiografías más célebres, recorre la vida de Nabokov, desde sus antecedentes familiares y su nacimiento en 1899, hasta mayo de 1940, cuando emigró de Francia a Estados Unidos. Es la crónica de un mundo desaparecido para siempre, el de la aristocracia rusa en sus dos últimas décadas, y su exilio en la Europa de la primera posguerra. Por lo tanto, es un libro intensamente nostálgico, teñido de un romanticismo, no ciego a las injusticias de ese mundo, pero abiertamente apreciativo de sus bellezas. Comienza con reflexiones sobre la mortalidad y los recuerdos más remotos: “Veo el despertar de la conciencia como una serie de destellos discontinuos, cuyos intervalos van disminuyendo gradualmente hasta formar bloques brillantes de precepción, que le otorgan a la memoria un asidero resbaloso”.
Su infancia fue perfecta (se burla de las teorías freudianas sobre la niñez); experimentaba sinestesia y leves alucinaciones audiovisuales. Entre recuerdos vívidos de momentos y personas, Nabokov no deja de hacer notar la distancia entre amos y sirvientes, y el contraste entre el lujo y la pobreza. Jamás “narra” conversaciones: se esfuerza por excluir la ficción y ceñirse a los hechos. Toda su vida rusa transcurrió entre la casona de San Petersburgo y Vyra, la enorme propiedad rural adyacente a otras dos, de su abuela y tíos maternos, haciendas gigantescas y bellísimas, con bosques y lagos. Su madre era una mujer alegre, y necesariamente sus recuerdos están poblados por gran cantidad de nanas, institutrices, tutores, sirvientes, jardineros, cocheros y otros habitantes de casa y haciendas.
El capítulo tercero se remonta al fundador de la familia, un Nabok Murza (c. 1380), un tatar rusificado que procreó una familia de militares y funcionarios. Su abuela paterna provenía de los von Korff, una familia alemana. La familia materna era menos aristocrática, los Rukavishnikov, pero muy rica, pioneros de Siberia y dueños de minas. Nabokov retrata a muchos antepasados ilustres o excéntricos, y a lo largo del relato insiste en que su odio a los bolcheviques no proviene de las posesiones robadas, sino de la infancia y el mundo del que lo despojaron.
El capítulo 5 es una descripción de Madeimoselle, una institutriz-nana obesa, quejumbrosa, malhumorada y un tanto ridícula, que estuvo siete años con ellos, Vladimir y su hermano menor, Sergey, del que habla poco porque, aunque se llevaban bien, sus vidas fueron muy diferentes, como ocurrió con sus hermanitas. En la infancia descubrió una de sus grandes pasiones de por vida: la lepidopterología. De las mariposas le atraía mucho el colorido, que va más allá de las exigencias de la selección natural: “Descubrí en la naturaleza las delicias no utilitarias que buscaba en el arte”. Este placer solitario lo acompañaría por siempre. El capítulo 7, muy antologado por sí mismo, describe un viaje en el Expreso del Norte a Francia y sus vacaciones en Biarritz, en 1909, cuando experimentó el primer amor y su efímera fuga con la niña Colette. El desfile de tutores rusos es variopinto, pues su padre Vladimir, queriendo mostrarles diversos orígenes y formas de pensar, elegía tutores de distintos credos y etnias: un matemático ucraniano, un atleta letón, un médico católico polaco, un judío luterano.
El capítulo 9 es la asombrosa biografía de su padre (1870-1922), un profesor de derecho penal, liberal y progresista, elegido a la primera Duma en 1906 y luego secretario del Consejo de Ministros en 1917 y ministro de Justicia del breve gobierno liberal de Crimea en 1918-19. Exiliado a Londres y Berlín, sería asesinado en esta última, en 1922. Fue un hombre culto y valiente, con una vida llena de episodios interesantes, y muy cercano a su hijo.
La autobiografía, escrita con una gran elegancia literaria, referencias culturales, reflexiones, retratos, anécdotas y bellas descripciones de lugares y épocas, avanza entre los primeros romances y versos, la Primera Guerra Mundial, su amor por el cine y los museos, el noviazgo con Tamara, los idílicos veranos en Vyra y los inviernos en San Petersburgo, y luego el desastre de la Revolución y el adiós para siempre a Rusia. En la ruina, se refugian en Crimea, un lugar exótico, musulmán y nada ruso, de donde tienen que huir a Constantinopla entre balazos. Los capítulos finales narran los años en Cambridge, su debut como novelista, el mundo de la alta cultura de los emigrados rusos en Europa, el ajedrez, retratos de escritores rusos famosos, el destino de sus hermanos y su mujer e hijo.
“El aparato selectivo pertenece al arte, pero las partes seleccionadas pertenecen a la vida inadulterada”. Una de las grandes autobiografías de la literatura, bellísima, profunda y vívida.
2 respuestas
Haces que se antoje leerlo
Esas vidas están llenas de experiencias únicas. Lo recuerdo por su obra (magistral?) Lolita
Te agradezco Memo