EL CEMENTERIO DE PRAGA. Umberto Eco. Lumen. Barcelona, 2010. 587 pp.
En un ejercicio lúdico que logra colarse en la historia no sólo sin distorsionarla, sino resaltando sus aspectos más absurdos, perversos y fortuitos, Eco nos entrega una historia íntima del antisemitismo europeo del siglo XIX, por medio de la invención del capitán Simonini (único personaje de la novela que es enteramente ficticio). Se trata de un piamontés, narrador de la trama, que nos va revelando su historia en medio de la confusión que le causa su condición mental presente: una esquizofrenia que se manifiesta en una personalidad dividida, la suya original y la del abate Dalla Piccola, una suerte de escisión Jekyll/Hyde, pero en la que las dos personalidades son malvadas y perversas. Simonini se cría en Turín con su abuelo, un personaje reaccionario y antisemita, rodeado de jesuitas perversos que “educan” al joven. Al crecer, se involucra con los rebeldes carbonarios, a los que ayuda en Sicilia, donde conoce a expertos en explosivos y otros entes subversivos, y donde se acentúa su antisemitismo. Por razones políticas es exiliado a París, donde sobrevive como notario espurio, falsificador de documentos legales, oficio aprendido al lado del notario de su abuelo tras la muerte de éste.
Gracias a su oficio entra en contacto con los servicios secretos franceses, a los que ayuda a abortar varias rebeliones y a combatir a la Comuna de París. Todo eso lo lleva a ser detectado por los agentes del servicio secreto del zar, quienes solicitan sus servicios para, nada menos, redactar los Protocolos de los Sabios de Sion, el documento justificador del antisemitismo y, finalmente, del nazismo. Para ello recurre a una escena encontrada originalmente en una de las truculentas novelas de Eugenio Sue, así como a diversos episodios de Dumas, que le sirven para “fundamentar” conspiraciones imaginarias que, sin embargo, encuentran gran resonancia en las ávidas mentes de los regímenes europeos y las masas ignorantes y receptivas a esas conspiraciones, fantasiosas pero que ratifican sus prejuicios y resentimientos.
Como en El Péndulo de Foucault, pero ubicada en el siglo XIX y más precisamente insertada en la historia, esta novela entremezcla toda suerte de conspiraciones y sociedades secretas relacionadas con los judíos, jesuitas, masones, carbonarios, anarquistas y otros revolucionarios. No importan las contradicciones, absurdos o idioteces que contengan, las conspiraciones son exitosas porque concilian una explicación simple – simplista – de los fenómenos políticos y sociales, y porque permiten racionalizar actos de odio y codicia.
Así, la escena imaginaria en la que un grupo de conspiradores – jesuitas, masones o judíos – se juntan de noche en el cementerio de Praga, le sirve a Simonini para justificar cualquier complot que se crea conveniente propagar. El personaje de Simonini es alegremente despreciable, un compendio desmesurado de prejuicios y odios que alimentan una vida egoísta, asexual, cruel y glotona, al servicio de las peores causas. Eco rescata a figuras históricas reales para trazar su cuadro, divertido y vívido, del lado más oscuro del optimista siglo XIX, e inserta ahí su creación. El libro es atrevido hasta la temeridad en sus descripciones, sobre todo las antisemitas y la inolvidable misa negra, en esta novela audaz, bien escrita y valiosa como recordatorio de los abismos de la humanidad aun en los entornos más civilizados.