EFFI BRIEST. Theodor Fontane. Penguin. Barcelona, 2016 (1894). Introducción de Thomas Mann. Traducción de F. de Ocampo. 382 pp.
Esta es la gran aportación alemana al de por sí distinguido conjunto de novelas del siglo XIX que se concentran en una mujer “adúltera” y las consecuencias de esa infidelidad: Madame Bovary (1856), Anna Karenina (1873), El Primo Basilio (1878), La Regenta (1884). Cinco mujeres muy diferentes, pero atrapadas en matrimonios sin amor, o bien prematuros, o en situación de fragilidad. Su falta se acentúa por el hecho de que los cinco maridos están muy lejos de ser monstruos, o siquiera alcohólicos o violentos; con sus defectos, son buenos hombres, que sufren de distintas maneras la traición.
Esta novela abre con la descripción minuciosa de la casa de los Briest en un pequeño pueblo de Brandenburgo: la solidez, elegancia y sobriedad de una familia feliz con una hija única, Effi, de diecisiete años. La primera escena nos presenta a la chica conversando y jugando con sus amiguitas, hijas del pastor y el maestro: columnas vertebrales de la burguesía que prospera a su alrededor. En una ceremonia jocosa, echan al estanque unos huesos de cereza, ante lo cual Effi comenta que así se echaba al mar a las mujeres infieles en Constantinopla; cuando otra dice haber olvidado esa enseñanza, Effie replica: “Yo no. Yo siempre recuerdo esas cosas”. Así, si Effi luego engaña, la novela no, pues está llena de ominosas advertencias. Una más es la visita que realiza ese mismo día el barón Geert von Instetten, de 38 años, antiguo pretendiente de la madre: al padre no le molesta. Ahí mismo, Geert pide la mano de Effi, quien se compromete sin pensarlo, como en un juego. La niña llena de vitalidad y espontaneidad, extrovertida y pícara, irá a encerrarse a un pueblo aburrido de comerciantes en la Pomerania oriental (hoy norte de Polonia), con un hombre metódico, gobernador del distrito. Antes, Effi y su madre viajan a Berlín para comprar el ajuar, donde las entretiene el guapo y alegre primo Dagobert Briest, oficial de húsares, que les muestra la gran ciudad. A su regreso, el padre ha despedido al capataz por cortejar a la esposa del jardinero: más señales.
Effi llega a vivir a la ficticia Kessin, sobre la desembocadura de un río en el Báltico, con tres mil habitantes de muchas nacionalidades. Primera frustración: no hay alta sociedad, ni bailes ni entretenimientos. Sólo un caserón oscuro y helado, con un fantasma o, por lo menos, ruidos extraños en el desván, escena de un antiguo suceso trágico. Con ambiente y tono góticos, la novela describe la casa y sus habitantes: Johanna, el ama de llaves amigable pero adusta; Kruse, el cochero-jardinero y su esposa, una mujer espeluznante que acaricia todo el día a una gallina negra; y Rollo, un perro terranova que serà el mejor amigo de Effi junto con el viejo farmacéutico Gieshübler y, más tarde, Roswitha, una pobre mujer desamparada que será el gran apoyo de la chica y nana de Annie, que nace un año después. Johanna cuenta a medias la historia del chino y la novia fugitiva, origen del supuesto fantasma, que Geert aprovecha para advertirle: “Cada quien debe estar a bien con su conciencia para no tener nada que temer”.
La vida se va entre ocupaciones hogareñas y, luego, maternales; veladas con una contralto masculina e impertinente, la Tripelli; la compañía de Gieshübler; aburridísimas visitas a las mansiones rurales de los nobles, con personajes siniestros como Sidonie Grassenab, una solterona mojigata y amargada; y sobre todo los paseos a caballo con su marido y Crampas, el cuarentón capitán de la guardia, un hombre descarado e indiscreto. Effi se siente prisionera a pesar de que Geert es bueno y cariñoso: “Lo secreto y lo prohibido ejercían sobre ella un poder fascinante” y así ella, tan franca y espontánea, se va acostumbrando a fingir y disimular.
Poco después. Geert es ascendido a consejero ministerial y deben mudarse a Berlín. Las señales, los avisos ominosos siguen durante unas vacaciones en la isla de Rügen y en Copenhague, pero al final todo parece acomodarse en una vida doméstica con Geert, Annie, Johanna y Roswitha, que la siguen a Berlín.
Siete años después, por un desafortunado accidente de la niña, el pasado vuelve para atrapar a Effi en una espiral descendente agravada por el absurdo código de honor prusiano. Geert se sentirá obligado al castigo, aunque no lo desee: “No hay por qué ser feliz. Es lo último a lo que se tiene derecho, y tampoco es imprescindible borrar de la faz de la Tierra a quien nos haya arrebatado esa felicidad”. Queda mucha historia, y a la vez no.
Una novela perfecta, que combina astutamente el realismo con la novela romántica y gótica, un estudio social y psicológico de altos vuelos, con escenas inolvidables como la escena en casa del guardabosques y el tétrico regreso en trineos, a medianoche. Obra cumbre del más grande novelista alemán del siglo XIX.
2 respuestas
Muy buena reseña, como siempre
Siempre una visión aguda. Gracias!!!