LA AZUCENA ROJA. Anatole France. Club Internacional del Libro. Madrid, 2000 (1894). 207 pp.
Thérese Martin es una mujer joven y guapa, casada con un hombre de la nobleza bastante mayor que ella, un aburrido político que sólo piensa en su carrera. Aunque cohabitan y guardan las apariencias, están separados por mutuo acuerdo y su relación es amistosa, pero no íntima. Thérese es hija de un hombre muy rico, mundano e infiel, y como él es ardorosa y voluntariosa. Ha congregado un “salón” (de hecho, una pequeña corte), compuesto por amigos mayores, muchos de ellos intelectuales, como el excéntrico Schmoll, de la Academia de las Inscripciones, quien defiende la herencia judía, educadora de una Europa atrasada y bárbara. Es relevante notar que la novela se publicó el año en que estalló el caso Dreyfus: aunque el relato no aborda el antisemitismo directamente, éste flota en el ambiente.

Thérese tiene un amante, Le Ménil, un joven elegante y apasionado con el que se encuentra en un departamento y al que, caprichosa, obliga a dar largos paseos por los barrios pobres de París. Le Ménil asiste a las largas comidas y cenas en casa de Thérese, en las que el círculo sostiene encendidas discusiones intelectuales: uno de sus temas preferidos es Napoleón, sobre el cual polemizan. ¿Fue un genio, un tirano, un hombre común o, como afirma el escritor Vence, un eterno adolescente? También hablan de literatura. El propio Vence reflexiona: “¿De qué me sirve que admiren mis libros, ya que es lo que cada uno pone en ellos lo que admira? Cada lector sustituye sus visiones a las nuestras. Le suministramos con qué ejercitar su imaginación. Es horrible servir de materia prima para semejantes ejercicios. Es una profesión infame”. Este Vence introduce en el círculo al joven y tímido escultor Dechartre. Otro miembro importante es Madame Marnet, anciana viuda de un etruscólogo, que aún conserva en su librero el esqueleto armado de un guerrero etrusco y es amiga del sabio Lagrange. Éste pretende asustar a Thérese con la idea de que un día, un cometa destruirá La Tierra, pero ella no ve ningún inconveniente: la humanidad es una plaga. Es decir, se encuentra en un estado de ánimo más bien bajo, deprimido.

Su relación con Le Ménil se encuentra estancada, y entra en crisis cuando éste le anuncia que se irá diez días a la caza del zorro. Thérese responde despechada y amenazante, pero él le da poca importancia: “Poco hablador él mismo, estaba a mil leguas de imaginar que también las palabras son acciones”. Al salir del departamento, Thérese se da cuenta de que lo ha dejado de amar. “No era una resolución: las resoluciones se cambian. Era más grave: un estado del espíritu y del corazón”. De regresa a casa, se encuentra a Dechartre, quien la acompaña en la oscuridad.
Desalentada, la joven decide aceptar la invitación que le ha hecho su amiga, la poeta inglesa Vivian Bell, para que pase una temporada en su villa de Fiesole, cerca de Florencia. Se lleva como acompañante a Madame Marnet y al poeta loco Choulette, un cincuentón pobre, desaliñado y extraño, socialista cristiano que desea peregrinar a la tumba de su héroe, San Francisco de Asís. A lo largo de todo el relato brillan las descripciones de los detalles que colorean ese mundo y nos meten en él: el esqueleto etrusco, la bufanda y la maleta de Choulette, la colección de campanas de Vivian Bell; la historia importa, siempre y cuando esté realmente inserta en un mundo de personas y objetos.

La villa de la Bell en Fiesole es centro de otro círculo, más artístico, al que llega luego Dechartre. Entre visitas a Florencia y sus museos e iglesias, Thérese se va enamorando de Dechartre, pero con muchos remordimientos por traicionar a Le Ménil. Un interesante contrapunto a sus tormentos es presentado por un zapatero remendón de la plaza de Santa María Novella, filósofo popular del que Choulette se hace amigo y al que presenta como ejemplo de la vida sobria, franciscana. Con él irá luego la joven a buscar consuelo espiritual. Cuando Choulette se va a Asís, le deja esta sentencia: “Los pecados del amor serán perdonados. Pero quien la ame, y a quien usted ame, la hará sufrir”.
Thérese, atrapada entre la pasión y la culpa, rompe y vuelve con Dechartre, pero todo se precipita cuando Le Ménil, desquiciado, llega a buscar la y la cita en la estación. Los ven, Dechartre se entera y hay pleitos y reconciliaciones. De regreso en París, continúa su romance con el escultor, pero asediada por un Le Ménil cada vez más enloquecido y agresivo. Una escena en el palco de la Ópera precipita el final de esta novela romántica, cruda, filosófica y realista, prueba del talento hoy poco estimado de France, un novelista muy destacado y vigente.