L’AFFAIRE. Jean-Denis Bredin. Plunkett Lake Press, 2014 (1993). 551 pp.
El caso Dreyfus dista mucho de ser una simple curiosidad judicial, un suceso sensacionalista o materia para películas de abogados y juicios. A pesar de la insignificancia histórica del asunto en sí mismo (un hombre acusado injustamente de pasar información irrelevante a un país rival), la incompetencia y criminalidad de sus acusadores, la ilegalidad del juicio, la monstruosidad de la pena impuesta, pero sobre todo la condición judía de Dreyfus en un ambiente de antisemitismo y la capacidad económica de su familia, unida a una devoción sin igual, provocaron que el caso se convirtiera en un catalizador de las tensiones sociales, culturales, económicas y políticas de Francia, que encontraron en él un suceso explosivo. En efecto el caso dividió profunda y duraderamente a la nación, se transformó en una cause célebre internacional, manchó la reputación del ejército y la Iglesia, sentó precedentes legales y políticos y, además, fue el parto de los intelectuales como categoría social y grupo de presión, y catapultó a la prensa como el gran foro político, desplazando al Parlamento y dándole nuevo poder político a los medios.
Dreyfus, un judío asimilado, se convirtió en un héroe reticente: reprimido, conservador, y poseído de una mentalidad jerárquica, sobrevivió precisamente gracias a sus ciegas y estrechas convicciones y su obsesión por el honor, la justicia y la verdad. Lo salvaron, además, el compromiso absoluto de su hermano Mathieu, su esposa Lucie y un conjunto de abogados, políticos, periodistas e intelectuales. El caso se extendió por doce años, 1894 a 1906 y, entre sus consecuencias ya mencionadas, también fue el catalizador de los primeros movimientos de masas en Francia no directamente ligados a lo laboral o revolucionario. Por si fuera poco, el caso es también una historia fascinante que se lee como novela policíaca y de espías, tragicomedia de enredos y thriller político. Arruinó la reputación de muchos y lanzó a la fama a otros.
Bredin comienza, en el Prólogo, con la muy dolorosa escena de la degradación pública de Dreyfus, el 5 de enero de 1895, frente al Colegio Militar. Con valor, entereza y protestas de inocencia, el capitán se enfrentó a la humillante ceremonia, entre consignas antisemitas. Regresa luego en el tiempo, para describir la vida previa de Dreyfus y el ambiente social que precedió al caso. Nacido en 1859 en Mulhouse, Alsacia, Alfred creció en una familia burguesa y patriótica, unida y feliz. Chico tímido, introvertido e hipersensible, el primer gran trauma de su vida fue la guerra franco-prusiana, que anexionó Alsacia a Alemania, país por el que guardaría un odio sin límites (lo que hizo más absurda la acusación posterior). Excelente oficial, pero impopular, fue ascendiendo por méritos propios. En 1890 se casó con Lucie Hadamard, judía rica, y tuvieron dos hijos. Un buen día de octubre de 1894 fue arrestado por espionaje.
Desde los 1880, el antisemitismo había ido creciendo, empujado por la Iglesia católica y personajes nefastos como Édouard Drumont. El “Servicio de Estadísticas”, órgano de inteligencia militar, contaba con los servicios de una mujer analfabeta que recogía el cesto de papeles del agregado militar alemán, Schwartzkoppen, un inepto imprudente que tenía una relación homosexual con su homólogo italiano, con el que además compartía espías. Un mensaje entre ambos, recogido por la mujer, alertó al servicio de inteligencia sobre un topo en su medio. Apresuradamente se identificó a Dreyfus, y un equipo de antisemitas, delincuentes, y algunos de plano orates, se empecinó en torcer la ley para acusar al judío. Destaca, entre el esperpéntico elenco, el capitán Henry, un criminal que falsificó documentos y años después, descubierto, se suicidó. Dreyfus fue condenado a cadena perpetua en la infernal Isla del Diablo, en la Guayana.
Mientras él languidecía casi hasta la muerte, su familia se movilizaba en Francia. La historia convocó a un grupo muy amplio de personajes en pro y en contra, cuyas vidas y carácter Bredin presenta, así como las muchas y novelescas vueltas de tuerca del caso. Entre cambios de gobierno, los principales hitos se fueron sucediendo, mientras el caso se volvía asunto de Estado. Bernard Lazare fue el primer periodista que ventiló la injusticia, como años más tarde lo haría Émile Zola con su célebre y crucial “J’Accuse!”. En 1896 se dio a conocer en la prensa la existencia de un dossier secreto, mostrado ilegalmente al jurado en el primer juicio, y ese mismo año se supo del “falso Henry”, el primero de muchos papeles falsificados. En 1897 se publicó el facsímil del informe que dio origen al escándalo, atribuido a Dreyfus por grafólogos falsos o comprados. Un hombre identificó al verdadero autor, Esterhazy, un oficial sociópata, ludópata, mujeriego y estafador, el verdadero espía que, sin embargo, fue protegido por el ejército, a sabiendas de su culpabilidad, y exonerado en un Consejo de Guerra. La vida de Esterhazy es por sí misma una sórdida novela picaresca. El jefe de Inteligencia, Picquart, que denunció las falsificaciones, fue destituido y encarcelado.
Entre violentos disturbios antisemitas, el caso fue avanzando, hasta que en 1899 una corte de apelaciones anuló el juicio de 1894, lo que provocó amagos de golpes de Estado y la renuncia del primer ministro. El nuevo, el heroico Waldeck-Rousseau, sometió al ejército y la Iglesia al orden republicano y liberal. Dreyfus fue liberado y perdonado (pero no declarado inocente). Zola, que se había ido exiliado, regresó. Ese mismo año fue el “proceso de Rennes”, donde una vez más Dreyfus fue declarado culpable y perdonado a cambio de no apelar. Esta decisión dividió a los “Dreyfusards” en “puros” y “débiles”.
En 1903, Jean Jaurés, el líder socialista, pidió una nueva investigación, ordenada al año siguiente por un nuevo ministro de Guerra. Por fin, el 12 de julio de 1906, Alfred Dreyfus fue declarado inocente, condecorado con la Legión de Honor y ascendido en el ejército, de donde pronto se jubiló, hastiado de la publicidad y con la salud arruinada. Murió en 1935 tras combatir como reservista en la Primera Guerra Mundial. Su historia es extraordinaria, la narración fascinante y esta obra, seguramente, la definitiva sobre este caso, quizá el asunto judicial más célebre de la historia.