THE RAILWAY. Hamid Ismailov. Vintage. London, 2014 (1997). Traducción de Robert Chandler. 336 pp.
Esta novela del escritor uzbeko Ismailov ha sido traducida del ruso original por Robert Chandler, uno de los mejores en esa especialidad, y editor de The Penguin Book of Russian Poetry, que leí recientemente. En su Introducción, el propio Chandler destaca el carácter complejo de la novela, que tiene múltiples capas de significado, variedades de perspectiva y narradores, al punto de ser “una enciclopedia de la vida en Asia central”. La riqueza lingüística de la obra es, además, todo un desafío para el traductor. Ismailov mismo ha dicho que se trata de una “novela folklórica”.
En lugar de epígrafe, el comienzo describe cómo el “Niño” (personaje innombrado y eje de la narración) es entregado por su padre, tras la muerte de la madre, a un monje sufí, con el cual realiza un ayuno de cuarenta días en un subterráneo. El islamismo sufí es el trasfondo filosófico de la obra.
La novela va y viene en el tiempo, entre 1900 y 1980, estructurando el relato de acuerdo con las etapas de la historia de Uzbekistán y los países vecinos: el imperio zarista, las revoluciones de 1905 y 1917, la I y II guerras mundiales, y el imperio soviético. Tiene cientos de personajes que van reapareciendo para tejer la trama de un pueblo ficticio, Gilas, cerca de Tashkent, la capital. La vida del pueblo gira alrededor del ferrocarril; el tono es satírico y fársico, burlándose de las absurdas imposiciones culturales e institucionales de la Rusia zarista y los soviéticos, que se empeñan en forzar a los lugareños a adoptar rituales y prácticas completamente ajenas a sus tradiciones y formas de vida.
Ismailov intercala, en capítulos en cursivas, los episodios centrales en la vida del Niño, el huérfano rebelde que se esconde de sus turores y trata de ganarse la vida independientemente. Este personaje es como la conciencia de la novela. A pesar de la importancia del sufismo, el consumo de alcohol y de opio es endémico en Gilas. La primera escena retrata al usurero, el carnicero y el “espía” medio sordo, inelegibles como soldados, que pasan los años de la II Guerra Mundial fumando opio y narrando anécdotas de los habitantes. Algunos personajes centrales protagonizan las historias legendarias del pueblo. En 1916-17, Oktam-Russky, un albino, se convierte involuntariamente en el primer revolucionario de Gilas. Oportunista, con los bolcheviques se convierte en director de la fábrica de tejidos de lana y en cacique virtual. Lo asiste su hermana, también albina, Oppok-Lovely, una mujer tiránica y corrupta que, a la muerte de su hermano, hereda el cacicazgo. Otro personaje central es el marido de Oppok, Mullah-Green Eyes, un pícaro que vaga por Europa tras ser hecho prisionero en la II GM. Este individuo no sabe decir en ruso más que una serie de eslóganes del Ejército Rojo, que se convierten en fuente de todas sus aventuras y desventuras. Este recurso le permite a Ismailov burlarse de todo el siglo XX: a lo largo de sus exilios, prisiones y viajes, Mullah es agasajado por la intelectualidad francesa enamorada de Stalin, y termina en Nueva York. Su personalidad es una de las notas más cómicas y agudas de la novela. Otro conjunto de historias se refiere a Mirzaraim Bey, jefe de la tribu “lobo” de kirguizes de las montañas (en el siglo XIX) y a su hijo Obid-Kori.
El capítulo 10 es clave. En él, el Niño, huyendo de su casa lleno de vergüenza y dolor, busca vengarse en alguien. Cuando el tren pasa, ve a una niña muy hermosa asomada por la ventanilla. El Niño se dispone a insultarla, pero de pronto cambia de idea, le lanza un beso y le grita: ¡te amo!”. Es, quizás, el triunfo de la humanidad sobre la miseria de la historia.
La novela describe la revoltura entre las ideologías musulmana y bolchevique, naturalmente incompatibles, así como el antisemitismo promovido por Stalin y el Terror Rojo. Respecto a este último, incluso con el humor y el ocasional lirismo melancólico de Ismailov, lo que trasluce es la violencia y la crueldad, en historias de horror que no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza perversa y satánica de la URSS. Los soviéticos distorsionan y pervierten todo, pero en particular el lenguaje. Todo es verdadero o falso, sin importar la realidad, de acuerdo con los absurdos y sádicos dictados del Partido. Pero la crueldad se queda, es real.
En ciertas historias, la novela se acerca al “realismo mágico”, como en la del Padre Ioann, un sacerdote ortodoxo, guardián del cementerio, que encuentra las ruinas de la catedral de Santo Tomás y dedica su vida a restaurarla. En un capítulo que quizá sea el clímax de la obra, Ioann rescata al Niño de un accidente, lo lleva a la cavernosa iglesia, y luego debe sacarlo de ahí en medio de un terremoto y una inundación.
Otras historias se regodean en los absurdos soviéticos, como en la de Serinch y Soginda, dos músicos sordos de un oído, cuyas luchas y deportaciones a Gilas son toda una metáfora de la suerte de los artistas en el régimen soviético. Conforme se acerca el final, va tomando fuerza la figura de Hoomer, un viejísimo patriarca ciego, de origen tártaro-uzbeko, casado con Nakhshon, una judía-armenia. Hoomer llegó como intérprete de los rusos durante la construcción del ferrocarril. Escribe un libro (The Railway): esta es la sección más poderosa del libro, la más fantasmagórica, lírica y misteriosa. En la obra de Hoomer (el nombre no es casual) un huérfano que huye se va al “otro mundo”, es violado, conoce a una chica suicida y es crucificado. ¿Se trata de una alucinación? Tras el temblor y la inundación, los papeles de Hoomer son descubiertos, y todo se va volviendo ficción y metaficción, disolviéndose en lo absurdo de la separación realidad-fantasía. Seguramente, la obra maestra de la literatura uzbeka moderna.
3 respuestas
Aprecio mucho esta maravillosa reseña. Me invita a leer el libro.
Para que un lector casual de ficción como yo, se interese por una novela, es necesaria una reseña como las que hace Guillermo. Cada una de ellas es en sí misma una poderosa obra.
Maravillosa reseña querido Memo. Qué ganas de leer este libro. Qué gran encuentro. No conozco a ningún autor de Uzbekistan. Muchas gracias por tu hermoso e interesante texto. Cómo siempre, felicidades!!!