LA MUERTE DE MI HERMANO ABEL. Gregor von Rezzori. Sexto Piso. México, 2015 (1976). Traducción de José Aníbal Campos. 830 pp.
Esta ambiciosa novela quiere hacer una radiografía de lo que pasó en Europa entre 1918 y 1968, y lo intenta por medio de un meta-texto en el que se superponen y desdoblan lo histórico, lo íntimo, lo factual y lo imaginario. El discurso adopta la forma de respuesta a una solicitud: el editor Jacob Brodny, judío centroeuropeo emigrado a Estados Unidos, le pide al narrador que le resuma, “en tres frases”, la novela que pretende publicar. La obra es la explicación de por qué no la puede sintetizar en tres frases y se convierte, así, en la propia novela. El narrador es Aristides Subicz, claramente un alter-ego de Rezzori, pero con una vida diferente. A retazos, con saltos en el tiempo y voces entremezcladas, Subicz va relatando su historia, que no es sino el reflejo de la historia de Europa en esos años, transmutada en ficción. Nunca sabemos bien a bien qué es “real” y qué es “inventado” en ambas historias.
El parteaguas en la vida de Subicz, nacido en 1919 en Bucovina, es el 12 de marzo de 1938, el día de la Anschluss (anexión de Austria al Tercer Reich). Es la mutilación de la primera parte de su vida: “Lo que yo busco en mi mitad vital perdida no es mi Yo de entonces, sino lo que de él pudiera ponerme en contacto con mi Yo de hoy”. Subicz ha pasado a ser, legal y emocionalmente, apátrida: “En ninguna parte soy totalmente Yo, ni en el ayer ni en este hoy, que no es más que un mañana anticipado, ficticio… no tengo lo que se dice, propiamente, un presente”.
Tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Subicz pasa a ser soldado rumano, pero luego Rumania, o por lo menos Bucovina, es tomada por los soviéticos. Luego pasa a ser otra vez apátrida, residiendo en Hamburgo y después en París. Subicz se centra en su amistad con Schwab, un amigo imaginario basado en el lector de su editorial. Schwab es símbolo del fracaso alemán: incapaz de escribir su propia obra, estimula a Subicz a escribir su gran novela, por la que recibe cuantiosos adelantos de Scherping, el jefe de Schwab en la editorial, quien se desespera por los nulos avances en la obra. Subicz se compara constantemente con Nagel, antiguo amigo que sí ha logrado convertirse en escritor famoso.
Subicz va relatando su accidentada vida y sus numerosos amoríos. Primero, muy joven, es amante de Stella, una judía rica casada con John, un espía inglés protector de Subicz. Durante los juicios de Nuremberg, John obliga a Subicz a presentarse como testigo de la captura y traslado de Stella a un campo de concentración, donde ha muerto. Ahí, Subicz conoce a Christa, una protestante con la que se casa y tiene un hijo. Viven en las ruinas de una mansión en Hamburgo, donde forman una especie de club intelectual con Nagel y el gurú Hertzog, un filósofo freudiano, pontífice del Impulso Religioso. En Hamburgo, Subicz comienza a trabajar como guionista de cine, una ocupación frívola y frustrante que retrata con gran cinismo, poniendo a la industria cinematográfica como ejemplo del resurgimiento, en la posguerra, de la sociedad corrupta centrada en el dinero. En Hamburgo hace amistad con la prostituta Gisela: un día olvida un guión ahí, que es encontrado por Scherping. Entusiasmado, éste ordena a Schwab buscar al autor, y así comienza su amistad. Schwab es alcohólico, brillante pero frustrado, y una especie de conciencia moral e intelectual de Subicz.
Toda esta historia se va entremezclando con las de sus romances con Dawn, una modelo norteamericana chiflada, y con la Princesa Jahovary, una mulata rica que promueve grupos musicales, además de con el relato de su infancia en Viena. Este es otro hilo importante de la compleja trama. Subicz es hijo de una prostituta de lujo del jet-set de entreguerras, y de alguno de sus numerosos amantes, que el niño denomina “tíos”. Este jet-set, “El Reino del Medio”, retrata el esplendor decadente de los 1920 y 1930, el que morirá con la guerra. El tío Ferdinand, con quien se refugia al comienzo de la guerra en Bucovina, es el último superviviente de ese mundo. Cuando Subicz tiene siete años, su madre se suicida y el chico es enviado a vivir en Viena con sus tíos Helmuth y Herta, su hijo Wolfgang y la solterona tía Selma. Para Subicz, serán el epítome de la burguesía resentida y mediocre, la base de apoyo de los nazis.
Mientras relata esta historia en zig-zag, Subicz va sacando de su pecho las reflexiones y enseñanzas (o más bien confusiones) de su vida. Lo que más le obsesiona es la imposibilidad de escribir tras la guerra. ¿Cómo ser original cuando todo está dicho? Es imposible completar una novela: en todo caso, quien se expresa es el Zeitgeist, no nosotros. Mientras estamos escribiendo nuestra experiencia “única”, otos están escribiendo la misma historia. El proceso de escritura es discontinuo y angustiante: “Escriba lo que escriba, siempre, a la larga, me escribo a mí”. El propio escritor es el tema de su literatura, el último tema de las novelas; la incompatibilidad entre el mundo exterior y el interior: “lo que nos otorga un lugar tan especial en la zoología es precisamente el hecho de que no soportemos la realidad y le opongamos incesantemente nuestras ficciones”. El libro debe versar sobre su propio proceso de escritura: autobiográfico, pero de una vida hipotética; debe mentir para mejor reflejar la realidad.
Subicz lleva la marca de Caín: el aislamiento ante la colectividad. Tiene un sueño recurrente en el que comete un asesinato como el de Raskólnikov, símbolo de ese aislamiento que expresa en la idea “yo no pertenezco a esta era: me ha tragado”, y en el mantra bíblico: “a todo el que tiene le será dado, pero al que no tiene se le quitará hasta lo poco que tenga”.
Subicz escribe en 1968, tras veinte años de posguerra, en la época de la irrupción aburmadora de la información, que revuelve sin distinción chismes de famosos, modas, guerras y hambrunas, borrando las fronteras entre lo importante y lo frívolo. Aquí es donde se aprecia la necesidad urgente de la literatura de ficción, que ilumina y da claves de acceso a la Realidad profunda, en contraste con los medios de comunicación, que banalizan, confunden y oscurecen. Todo esto tiene mucho que ver con el suicidio de Europa y el ascenso definitivo de Estados Unidos, el imperio de los medios, de lo pasajero y ahistórico.
La parte final es magistral: la oración fúnebre en el sepelio de Schwab, síntesis filosófica de la obra y testamento de una generación desarraigada y abandonada por la Historia. El relato pormenorizado de las sesiones finales de los Juicios de Nuremberg sirve como preludio y explicación de lo que vendrá: el renacer del dinero, la fama y la mediocridad, ahora en su versión norteamericana. Es de desearse que esta novela de Rezzori sobreviva como testimonio lacerante de la historia del siglo XX y, también, de su gran literatura. Otra joya más de la fecunda literatura austríaca.
3 respuestas
Gracias, Memo, pero pienso que no es una lectura que me gustaría hacer. Tal vez en la adolescencia me hubiera animado, pero en una edad cierta mejor leo a John Grisham
Si es una joya, me interesa conocerla. Tu reseña invita. Comentarios… después. Gracias, Guillermo.
Guillermo es una historia llena de vivencias en momentos de la II Guerra Mundial en Europa y me invita a su lectura porque me interesa este testimonio de un siglo lleno de ideologías que por inercia aun perduran en su ocaso