THE GREATER JOURNEY. David McCullough. Simon & Schuster. New York, 2011. 558 pp.
“Americans in Paris”, el subtítulo de esta encantadora obra, evoca la época, sobre la que tanto se ha escrito, del periodo de entreguerras en el que un buen número de expatriados norteamericanos residió en París (Hemingway, Fitzgerald, Stein, etc.) haciendo historia con los vanguardistas europeos (Picasso, Dalí, Diaghilev, etc.). Sin embargo, el libro trata sobre los norteamericanos que emigraron a París una o varias veces, por temporadas cortas o largas, siempre en busca de aumentar sus conocimientos y tener experiencias nuevas y enriquecedoras, a lo largo del siglo XIX, y que es un tema poco o nada estudiado. El hilo conductor es la fascinación que todas estas personas sintieron por la Ciudad Luz, por su belleza, originalidad y condición de centro de las ciencias y artes. En el trasfondo están las importantes, y a veces traumáticas, transformaciones que sufrió París durante ese siglo, así como la evolución de las condiciones del viaje, del barco de vela al de vapor, y el propio crecimiento de EU, de una colonia inglesa, provinciana y puritana, a un país con crecimiento industrial e intelectual destacado.
La primera generación de viajeros, cuyos pioneros fueron gente como Franklin y Jefferson, es representada, entre otros, por dos grandes amigos, el novelista J. Fenimore Cooper y el pintor Morse, luego inventor del telégrafo, quienes viajaron en los 1830 por primera vez. En esta época, la primera impresión era un doble asombro: ante la magnificencia de la arquitectura y la riqueza y sofisticación de la cultura, por un lado, y ante el carácter todavía medieval, la suciedad y el desorden, por otro. Además de artistas, hubo precursoras de la educación de las mujeres, como Emma Willard, y la numerosa comunidad médica, empezando por Oliver Wendell Holmes, quien recibe un amplio tratamiento, incluyendo vidas fascinantes y retratos de extravagantes maestros de la medicina, los grandes doctores franceses como Alexandre Louis y Dupuytren. La historia de la educación médica es épica, salvaje y avanzada a la vez. De esta época es también el futuro senador y campeón de la lucha antiesclavista, Charles Sumner, quien recibió su inspiración al ver el gran número y condición de igualdad de los estudiantes negros de la Sorbona.
Con el paso de los años fueron llegando nuevos visitantes, como George Catlin, sus pinturas del Oeste y sus acompañantes indios, que fueron recibidos por Luis Felipe con gran aprecio y cariño. El elenco es por demás variopinto: Elizabeth Blackwell, la primera mujer con título en Medicina de EU; William Wells Brown, esclavo fugitivo; el pintor George P. Healy; el cirquero P. T. Barnum y el freak Tom Thumb. Esta era está enmarcada en la caída de Luis Felipe, en 1848, y la llegada de Luis Napoleón, luego Napoleón III. En ella destaca, por mucho, el heroico comportamiento del embajador norteamericano, Richard Rush. La época de Napoleón III marca la transformación más importante de París hasta entonces, gracias a la reconstrucción de la ciudad encargada al urbanista Barón Haussmann, quien le dio a París su fisonomía actual. Un norteamericano destacado y colorido aquí es el doctor Thomas P. Evans, médico de la corte, que ayudó a escapar a la emperatriz Eugenia de Montijo a la caída del Segundo Imperio. Por ese tiempo buscó refugio en París Harriet B. Stowe, huyendo de la fama que le había traído La cabaña del Tío Tom, y otro gran artista que llegó fue el escultor Augustus Saint-Gaudens, quien recibe un espacio considerable en la narración. Luego vienen la guerra Franco-Prusiana y el sitio de París, en 1871, y la Comuna de París, escalofriante en su crueldad y violencia, durante la que destacó otro embajador, Eliu B. Washburne, también heroico e inolvidable. Luego vienen la calma y el renovado arte, con Mary Cassatt, pintora impresionista, amiga de Degas, y el gran John Singer Sargent, así como las breves apariciones de Henry James, Vernon Lee y Edison. La Exposición Universal de 1889 recibió numerosos visitantes, y el siglo se acercó a su glorioso final.
Se trata de una obra verdaderamente épica, disfrutable y variada, una pieza original de historia, escrita sin veneno y con mucho entusiasmo, sin dejar de remarcar los aspectos más oscuros y trágicos, tanto de la historia de la ciudad como de los numerosos personajes que la pueblan durante ese siglo fascinante.
Viene, además, en una bellísima edición de tapa dura, con muchas y excelentes ilustraciones.
3 respuestas
SUMAMENTE INTERESANTE GRACIAS 💞
¡Gracias por esta reseña! No quiero volver a Paris sin haberlo leído.
Con pocas personas se siente tan apreciado un libro regalado como contigo…
¡Porque siempre nos quedará París!
(Y bien vale una misa)