La Máquina Misteriosa: How the Mind Works, de Steven Pinker.

Resonancia magn´tica de un cerebro humano. www.itnonline.com
Las obras escritas por científicos de primer nivel, dirigidas a un público general razonablement informado, son valiosísimas, pues de otro modo todo ese conocimiento especializado sería inaccesible, excepto para unos cuantos.

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HOW THE MIND WORKS. Steven Pinker. Norton. New York, 1999 (1997). 660 pp.

Este ambicioso trabajo de Pinker, en ese entonces director del Centro de Neurociencias Cognitivas del MIT, pretende sintetizar y explicar los descubrimientos más avanzados sobre cómo funciona la mente, uniendo dos teorías fundamentales: el modelo computacional de la mente y la evolución por selección natural. Sobra decir que se trata de un libro extremadamente instructivo.

El primer capítulo, “Equipo estándar”, sienta las bases de su aproximación. A diferencia de lo que se ha pensado por milenios, a la mente no la “anima” un principio único (alma, espíritu, etc.). Es muy compleja: el sentido común, por ejemplo, ha sido imposible de replicar, al ser un misterioso atajo que permite evitar trillones de computaciones. La idea clave: “La mente es un sistema de órganos de cómputo, diseñado por selección natural para resolver los tipos de problemas a los que se enfrentaron nuestros antepasados cazadores y recolectores, en particular entender y superar los obstáculos planteados por objetos, animales, plantas y otras personas”. La mente es aquello que el cerebro hace, aunque no es todo lo que el cerebro hace (como controlar la metabolización).

La teoría computacional de la mente es indispensable, mas no suficiente. Asume que los deseos y las creencias son un tipo más de información. Como resultado de la evolución, los distintos módulos mentales de procesamiento de información están genéticamente determinados para elaborar suposiciones sobre cómo funciona el mundo. Quizás, digo yo, son la expresión científica de las “ideas a priori” de Kant. Sin embargo, no todo lo que hacemos tiene una explicación evolutiva: nuestra mente sigue en la Edad de Piedra. Pasa a explicar las muchas confusiones generadas por la teoría de la evolución mental por selección natural: los humanos no tratan de reproducir sus genes; éstos tratan de reproducirse a sí mismos. Así, las metas de los humanos y las de los genes no siempre coinciden; un humano puede decidir no reproducirse por así convenir a sus intereses. No somos, pues, “máquinas genéticas”. Psicología y filosofía moral no son lo mismo: explicación no es justificación. La psicología evolutiva no tiene nada que ver con el “darwinismo social”: “La naturaleza no determina lo que debemos aceptar ni cómo debemos vivir nuestras vidas”; “La felicidad y la virtud no tienen nada que ver con aquello que la selección natural diseñó para que pudiéramos sobrevivir en el medio ambiente ancestral”. Las explicaciones científicas no excluyen ni niegan la ética; son campos separados. Las explicaciones causales del comportamiento no excluyen la responsabilidad moral por el comportamiento.

Steven Pinker. Wikipedia.

En el capítulo 2, “Máquinas pensantes”, intenta explicar la inteligencia y la conciencia. La primera proviene del procesamiento de información por medio de muchas capas de módulos de subprocesamiento ensambladas en un todo. Ese todo es el nivel básico de la mente, que generaliza representaciones de datos. El pensamiento cotidiano tiene cinco componentes: individuación, composicionalidad (“los pensamientos se ensamblan a partir de conceptos; no se almacenan completos”), cuantificación (conjunción de variables), recursividad (proposiciones dentro de proposiciones) y simbolización. Refuta así el “asociacionismo” de los pioneros cognitivos Hume, Locke, etc. En cuanto a la conciencia, la teoría computacional no basta para explciarla. El primer problema es deifnirla, pero en todo caso se refiere a la subjetividad, a la percepción fenomenológica, al “Yo”. El hecho de que la ciencia no pueda explicarla no quiere decir que no exista, como lo demuestran las artes, la religión o la ética.

El capítulo 3, “La venganza de los nerds”, aborda la psicología evolutiva. La mente evolucionó por el creciente valor de la información para simios fuertemente visuales, que vivían en grupos, con manos prensiles, que cazaban. Nuestra mente y nuestra forma de vida evolucionaron juntas.

El capítulo 4, “El ojo de la mente”, es una larga, compleja e interesante explicación de la evolución de la vista estereoscópica humana, íntimamente ligada a la de la mente. Carreteras de fibras nerviosas llevan información de los sentidos al cerebro, y otra información procesada de la memoria a la mente. Al igual que la vista, la mente es un conjunto de módulos, sistema de órganos o sociedad de expertos que produce la inferencia más probable sobre la realidad.

Diagrama de un ojo humano. www.nkcf.org

El 5, “Buenas ideas”, explica por qué la mente no evolucionó para desarrollar el método científico, que no tenía utilidad para nuestros ancestros. Sin embargo, sí desarrolló los marcos conceptuales básicos que permiten el pensamiento científico, es decir, los “cajones mentales” que llamamos conceptos y que los niños manifiestan espontáneamente. Las categorías mentales son intermedias: “conejo”, no “animal” o “conejo cola de algodón”. Se ha comprobado que los humanos nacen con instintos básicos para la lógica, artimética y probabilidad. Esto mismo explica las metáforas: “Hemos liberado a nuestras facultades de los dominios para los que fueron diseñadas y en los que nacieron, y ahora usamos su maquinaria para dar sentido a nuevos dominios”.

El capítulo 6, “Hotheads”, aborda las emociones, a las que define como “módulos de software de alto desempeño que trabajan en armonía con el intelecto y que son indispensables para el funcionamiento integral de la mente”. La selección natural reprograma las emociones, desde las que tienen una función evolutiva obvia (asco, miedo) hasta las más difíciles de explicar (altruismo, melancolía). El altruismo ha sido fuente de muchas controversias, ocasionadas por la misma confusión: ciertamente, la selección natural favorece a los replicantes egoístas (genes), pero los organismos no se replican; se replican los genes. Intelecto y emociones parecen contrarios pero no lo son: a veces, el intelecto debe ceder el control a las pasiones, para dar credibilidad a promesas y amenazas.

El 7, “Valores familiares”, aborda el conflicto entre padres e hijos, así como la falsa controversia entre “genes y crianza”. Hasta ahora, la ciencia calcula que la personalidad proviene de los genes en un 50%, de la educación familiar en un 5%, y otro 45% no explicado, que quizá provenga de la interacción con nuestros pares. Se mete también en las diferencias entre los sexos como producto de la evolución y la “inversión parental”.

Finalmente, el capítulo 8, “El sentido de la vida”, dice que no todo lo que la mente hace es una adaptación biológica. En disertaciones fascinantes explica lo científicamente explicable del arte, la filosofía, la religión. En cuanto a su fundamento, la conciencia subjetiva, los científicos modernos han seguido a Hume en su conclusión: “Homo sapiens carece de las herramientas cognitivas para resolver este tipo de problema filosófico”. La mente evolucionó para resolver problemas de vida o muerte para nuestros ancestros, no para responder a cualquier pregunta posible. Esto, sin embargo, no significa la muerte de la filosofía, sino una nueva tarea para la misma.

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Comentarios del artículo

Un comentario

  1. Interesante lectura Memo que permitiría, en cada caso, contar con una base para evaluar lo que ahora se dice sobre las demostraciones y aplicaciones de Inteligencia Artificial: hasta qué punto ésta hará perder «condición fisica- mental» al cerebro humano. Saludos.

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