FOREST OF THE HANGED. Liviu Rebreanu. Tiberian Press. Huntersville, NC, 2020 (1922). 279 pp.
Como si fuera el reverso de la moneda de la Trilogía de Transilvania, de Miklós Bánffy, esta novela presenta el punto de vista de los rumanos de esa región (en contraposición a los húngaros). Es la saga identitaria de Apóstol Bologa, un joven rumano del norte de Transilvania (como Rebreanu) y por lo tanto ciudadano del imperio austrohúngaro.
La novela comienza con Apóstol en el frente ruso, en 1917. Acaba de ser parte de la corte marcial de un desertor checo, a favor de cuya ejecución ha votado. Mientras los soldados montan el cadalso y cavan la tumba, el teniente Apóstol convesa con otro checo, el capitán Klapka. Apóstol justifica su decisión ante los reproches de Klapka; afirma que la guerra crea energía que es necesario preservar con disciplina, mientras su interlocutor afirma lo contrario: la guerra destruye energía, o por lo menos la transforma en crueldad e inhumanidad. La ejecución, sin embargo, deja a Apóstol con remordimientos y desazón. No es para menos, pues él mismo pertenece a una minoría oprimida por el imperio. Retrospectivamente, entendemos (pero no necesariamente justificamos) sus razones para alistarse en el ejército. Como hijo de una viuda, único además, Apóstol no estaba obligado a enrolarse. ¿Por qué, entonces, lo ha hecho, si además desciende de independentistas rumanos? Por celos. Su prometida, Marta Domscha, es una joven frívola, que coquetea con los gallardos oficiales del pueblo y parece reprocharle su cobardía. Airado, en un arranque se ofrece como voluntario. Debe hacerse mucha violencia, porque sabe que está traicionando los ideales de su padre, que incluso estuvo preso por ellos. La ejecución, sin embargo, ha removido sus sentimientos.
De regreso en el cuartel, presenciamos las discusiones entre los oficiales. El rumano Apóstol y el húngaro Varga (que luego será su némesis) defienden las razones de Estado, mientras el judío Gross y el pacifista ruteno Cervenco defienden los derechos del individuo. El checho Klapka contempla con tristeza. Este último pasa la noche en la habitación de Apóstol: es su nuevo superior inmediato y aún no se le ha asignado una propia. Klapka admite su “cobardía”: no desea morir porque tiene una familia que mantener y a la que adora. Apóstol defiende, cada vez con mayor incomodidad, el “honor” y el “patriotismo”. En esta conversación crucial, Klapka describe una escena horrible que ha presenciado hace poco: un bosque lleno de cadáveres de checos ejecutados por desertores, al que llama “el bosque de los colgados”. Esta vívida y terrorífica imagen perseguirá a Bologa el resto de la guerra.
Las cosas empeoran cuando el batallón de Apóstol recibe órdenes de trasladarse al frente rumano. Ahora, deberá combatir a los “suyos”. Rebreanu no lo menciona, pero aquí yace el misterio del nacionalismo: ¿qué nos hace preferir a unos extraños, tan sólo por ser de un determinado grupo étnico, por encima de nuestros vecinos, compañeros y conocidos de otra etnia? ¿Cómo funcionan estos mecanismos de identificación? En cualquier caso, Apóstol está en un dilema moral. Previamente ya condecorado, Apóstol gana una nueva medalla al localizar y destruir un reflector ruso. Apoyado en este logro, pide al general de su divisiñon que lo dejen quedarse en el frente ruso. Cuando su petición es denegada, decide desertar. Esa noche, sin embargo, es herido de gravedad.
Apóstol convalece cuatro meses. Aún débil para combatir, es asignado al área de aprovisionamiento de municiones en Lunca, en el frente rumano, donde se reencuentra con sus antiguos compañeros y con un ex condiscípulo, el padre Boteanu, sacerdote ortodoxo del pueblo, felizmente casado y recién salido de un campo de prisioneros, sospechoso de ser colaboracionista por su origen rumano. Apóstol se enamora de Ilona, la hija de su casero, una campesina bella e ingenua, pero inteligente y valiente. Tras una recaída, Apóstol pasa unas semanas en su pueblo, donde rompe con la infiel Marta, ocasionando un escándalo. Además, el ateo joven sufre una reconversión religiosa (para alivio de su piadosa madre), y regresa al frente predicando la religión del amor universal. Gross, el judío ateo y socialista, le reprocha esta reconversión: “El dios del amor ha asesinado a más gente que todos los otros dioses juntos”. Nietzscheanamente, dice que el cristianismo es debilidad y cobardía, y le echa en cara la hipocresía chauvinista: matar rusos es heroico, pero matar rumanos es un crimen. ¿No somos todos humanos?
Apóstol se compromete con Ilona, pero entonces viene una nueva trampa. El mando militar, paranoico, comienza a detener, “juzgar” y colgar a campesinos rumanos inocentes, acusándolos de espías. Apóstol es llamado, nuevamente, a ser jurado en una corte marcial, esta vez para condenar compatriotas. El nuevo dilema es aun más terrible y lo obliga a decidir entre Ilona y su conciencia.
A lo largo de la novela, Apóstol da bandazos entre el honor y la conciencia; entre la lealtad a su tierra o a su pueblo; entre el escepticismo y la fe. Es un tiempo de confusión, y sus dilemas no son banales ni son su culpa. Es un hombre ético y reflexivo, atrapado en las redes de fuerzas incontrolables. En la comparación entre los mandos militares y el pueblo, entre la frívola Marta y la sencilla aldeana Ilona, Apóstol se decanta por los campesinos, y saca la conclusión de que “todo lo que la civilización le ha dejado a la humanidad hasta hoy es guerra”. A esa conclusión llegaron, comprensible y tristemente, muchas otras personas.
Una novela de primer orden en cuanto a conflicto, personajes, ritmo y lenguaje (incluso en traducción). Ojalá se conocieran mejor estas obras de Europa del este.
2 respuestas
Gracias, Memo!
Gracias Guillermo. No lo conocía. Lo buscaré. Tengo amigos húngaros y rumanos. Seguramente me dará luz en sus ideas