THINGS FALL APART. Chinua Achebe. Anchor Books. New York, 1994 (1958). 209 pp.
Esta es probablemente la novela más famosa de un autor africano, y merecidamente. El conflicto es simple: la llegada de los europeos y la destrucción de una civilización. Los blancos no aparecen sino hasta el final de la novela. Antes, Achebe disecciona las entrañas de la vida en una aldea del pueblo Igbo (el suyo). No es, ni de lejos, una vida de paz y armonía, pero tampoco es peor que en casi cualquier otro lugar. Aparentemente es finales del siglo XIX y la aldea, parte de un conjunto de poblaciones con identidad común, vive tal como lo ha hecho durante siglos, con una serie de códigos y rituales rígidos que estructuran la vida cotidiana. Okonkwo es un hombre duro, que ha pasado de ser el hijo de un fracasado a ser uno de los más respetados por su éxito económico, su valor como guerrero y sus dotes como pilar de la comunidad. Tiene tierras, tres esposas y varios hijos. Es frío y severo, incluso brutal, y está decepcionado de su primogénito, que le recuerda a su padre débil y ocioso. Al comienzo del libro, una expedición trae a la aldea a un chico de otro pueblo, como rehén por el asesinato de una mujer a manos de sus parientes. El chico sufe mucho, pero poco a poco olvida sus orígenes y se integra con la familia de Okonkwo, a quien ha sido confiado. Okonwo le toma cariño, pues sirve como guía para su hijo. Pero la venganza del pueblo no se olvida y el chico debe ser sacrificado en represalia por la ofensa, en lo que Okonkwo participa con dolor.
La niña de sus ojos es la única hija de su segunda esposa, una chica valerosa y alegre que sufre una enfermedad recurrente. La madre acude a la sacerdotisa del oráculo de la selva, lo cual da lugar a una escena frenética de búsqueda cuando ésta se lleva a la niña para curarla. Poco después Okonkwo mata accidentalmente a otro aldeano, por lo que es ostracizado por siete años que pasa en la aldea de su madre. Ahí rehace su fortuna y se va enterando de la llegada de misteriosos hombres blancos que, ayudados por otros africanos, diseminan una nueva religión. Alarmado, Okonkwo se opone absolutamente al nuevo credo, pero éste va ganando terreno inexorablemente, para su angustia y desesperación. Regresa a su aldea y encabeza la oposición a la nueva religión, a la que se ha unido su propio hijo. Los blancos reprimen toda resistencia y Okonkwo se convierte en mártir de su pueblo, de una forma de vida que va desapareciendo rápidamente.
Es increíble que una novela tan breve pueda describir tan a fondo el ocaso de un modo de vida, con riqueza, profundidad y complejidad. Su gran mérito consiste en no glorificar a los Igbo, sino en retratar con fidelidad su crueldad, pero también su solidaridad y contrastarla con las virtudes y defectos de la civilización europea que la reemplaza. Okonkwo no es un personaje simpático, pero sufrimos agudamente, junto con él, la angustia y perplejidad ante la destrucción de un mundo que, si bien imperfecto, tenía sus valores y su viabilidad.
Achebe se adentra en los pensamientos de los personajes, en su rutina, sus rituales, la intimidad de sus hogares, en el amor y las tensiones que existen en familias extendidas y en el juego de los lazos comunitarios. Presenciamos la vida cívica y bélica, las ceremonias que marcan el paso de los años y las edades, y la dinámica interna del pueblo. Los Igbo tienen costumbres crueles, como abadonar a los recién nacidos cuando son gemelos (por ser de mal augurio, aparentemente), son una sociedad machista y violenta, pero guardan sus rituales en favor del bienestar común como otras sociedades. La religión es animista y supersticiosa, pero simple y fácil de seguir.
Okonkwo es un hombre perseguido por la figura paterna, conservador en defensa propia, que confunde la misericordia con la debilidad, y la alegría con la disipación, por el recuerdo de un padre bohemio y despreocupado, pobre y a la vez querido y despreciado por la comunidad. Sufre en carne propia las rigideces de las costumbres y las acepta por estoicismo porque son las suyas, las que él ha contribuido a sostener, pero su psique se derrumba cuando unos extranjeros pretenden imponer nuevos códigos que a él le parecen tontos y afeminados.
El estilo de Achebe es sobrio y preciso, analítico y no intrusivo. Es perfecto para suscitar las emociones del lector sin apremios, dejándolo vivir con los personajes el fin de un mundo.
2 respuestas
Ilustrativo de múltiples situaciones similares, en África y otras partes, no solo al sur del ecuador.
Gracias, Memo.