WHO WROTE THE BIBLE? Richard Elliott Friedman. HarperOne. New York, 2013 (1987). 304 pp.
El misterio más grande en la historia de la literatura, y uno de los mayores también en la historia de las religiones, es la identidad del autor o los autores de los libros que componen la Biblia, el conjunto de textos más influyente que ha habido, por la cantidad de personas que lo han leído, y más aún creído en él como la palabra de Dios. Sólo se le comparan, en importancia, el Corán, los textos sagrados hinduistas y los textos fundacionales del budismo. La historia de las investigaciones para tratar de identificar a los autores es como un larguísimo relato de detectives: lectores atentos, curiosos y desprejuiciados que se enfrentaron a la represión, con frecuencia violenta, de las autoridades religiosas judías y cristianas (tanto católicas como de los diversos protestantismos y sectas). Desde el primer milenio después de Cristo hubo lectores que encontraron contradicciones e inconsistencias en los textos, pero las autoridades religiosas dieron respuestas amañadas e impusieron su poder. Sin embargo, en los últimos mil años comenzó a haber cuestionamientos más sistemáticos, empezando en el siglo XI con Isaac ibn Yashush, un judío de España. El cuestionamiento inicial era sobre la supuesta autoría del Pentateuco por Moisés, dado que incluye la descripción de su propio funeral y nombres de personas o lugares que no existían en su (supuesta) época. Muchas historias se repiten, en versiones diferentes e incompatibles (desde la Creación y el Diluvio) y una frase que se repite es “hasta estos días”, lo que sugiere una autoría posterior a los hechos narrados, entre muchos otros problemas con los textos.
Bonfils (Damasco, s. XIV), Tostatus (Ávila, s. XV), Carlstadt (Alemania, s. XVI), y luego una cascada de investigadores a partir del siglo XVII; como los mismísimos Hobbes y Spinoza, además de De Wette, Graf, Vatke, Wellhausen y ahora todo un establishment académico, han ido desarrollando la “Hipótesis documental”: “Había evidencia de que los cinco libros de Moisés habían sido compuestos al combinar cuatro fuentes documentales en una sola historia continua… Los cuatro documentos fueron identificados con símbolos alfabéticos. El documento asociado con el nombre divino Yahweh/Jehovah fue llamado J. El documento que se refiere a la divinidad como Dios (en hebreo, Elohim), fue llamado E. El tercer documento, por mucho el más largo, incluye la mayor parte de los textos legales y se concentra ampliamente en temas sacerdotales, por lo que fue llamado P (de Priests). Y la fuente que se encuentra sólo en el libro del Deuteronomio fue llamada D”. Muy probablemente, el autor de este último escribió también Jueces, Samuel I y II y Reyes I y II. Existe además un redactor que ordenó los textos en su forma actual.
Friedman comienza por describir el mundo que produjo la Biblia entre 1200 y 722 a.C. Esta última fecha es la de la destrucción de Israel por los asirios. Durante los dos siglos anteriores a 722 a.C., el pueblo había estado dividido entre los reinos de Israel y Judá. Los libros de J y E fueron escritos antes, el autor de J era de Judea (y quizás era mujer: sus partes son las únicas que relatan historias de mujeres como protagonistas, que dan el punto de vista femenino o describen con empatía su situación) y el autor de E era de Israel. E enfatiza el rol de Moisés, cuyos supuestos descendientes eran los sacerdotes de Shiloh, en Israel, mientras que J destaca el papel de Aarón y sus descendientes (los sacerdotes de Jerusalén, en Judea) como únicos detentadores del sacerdocio auténtico.
Luego Friedman describe el mundo bíblico entre 722 y 587 a.C. (la destrucción de Judea por los babilonios) y la corte del rey Josías. En esta época se escribió el libro de D y el autor fue muy probablemente el profeta Jeremías o su escriba Baruch. Entre 587 y 400 el mundo bíblico continuó con los exilios en Babilonia y Egipto y el posterior regreso, tras el triunfo geopolítico de los persas. El libro de P fue escrito por un sacerdote aaronita de Judea: defiende claramente sus intereses, y es probable que fuera escrito antes de D (antes de 609 a.C.), durante el reino del bisabuelo de Josías, el rey Ezequías. P era una alternativa a la historia de J y E, pero alguien las combinó, además de la de D. Friedman piensa que fue el profeta Ezra (o Esdras). Este redactor venía del círculo de sacerdotes aaronitas, en la época del Segundo Templo. Esdras poseía la primera Torah que se conoce y le dio su primera lectura pública. La combinación de estos textos tan dispares tiene que haber sido un compromiso entre las diversas facciones judeo-israelitas que regresaron del exilio.
Es difícil exagerar la importancia e interés de estas investigaciones. Conocer, tanto como sea posible, el origen de los textos sagrados es crucial para conocer la historia de la humanidad y de los fundamentos de las civilizaciones. No debería ser atacado, este proceso, sino estimulado. Desgraciadamente mucha gente se negará a escuchar y preferirá seguir siendo religiosa ciegamente. Para los demás, se trata de un área de estudio fascinante, iluminadora y civilizatoria, y es de agradecerse que uno de los más destacados especialistas haya escrito un libro tan accesible sin perder rigor académico. La historia del pueblo judío es inseparable de la de la Biblia, y verla a través de ella es emocionante. Ahora ya puedo seguir leyendo la Biblia, pero con una perspectiva histórico-literaria mucho más clara, que hará la lectura más interesante.
2 respuestas
Excelente síntesis del libro, que vale mucho la pena leerse. Sin embargo, su descripción del paso de un Dios vengativo y aplastante a uno más benigno (y a otro que es Amor en el Nuevo Testamento) es marginal
Así es Fernando. Friedman se enfoca en los primeros libros del Antiguo Testamento (no toca, por ejemplo, los Salmos, ni Job, etc), y por eso no aborda esas transiciones. Gracias por comentar, un abrazo.