Ítalo Calvino llama a Robinson Crusoe “el libro de las virtudes mercantiles”. Escrito por un inglés, descendiente de holandeses, entre la Edad de la Razón y la Ilustración, la novela presenta a la ética protestante y el espíritu del capitalismo como la verdadera tabla de salvación, física y emocional, del protagonista. Es una interpretación simplista, sin duda, pues Defoe creó uno de los grandes mitos y arquetipos de la modernidad, pero no hay duda sobre su trasfondo ideológico. 250 años después, Tournier complejiza y actualiza el mito, infundiéndole el misticismo naturalista del Romanticismo y la angustia existencialista de los 1960 de las sociedades posindustriales. El Robinson de Tournier es un ser más completo y complejo, oscilante entre la desesperación total y la determinación de sobrevivir, entre la rendición y la dominación de las fuerzas de la naturaleza.
Náufrago solitario en una de las islas del archipiélago Juan Fernández, frente a Chile, Robinson pasa por todo el ciclo existencial posible en esas condiciones, de la soledad aterrorizante, al fracaso de sus intentos de escape, al salvajismo y el abandono, las alucinaciones, el frenesí constructor, el encuentro con el Salvaje, la catástrofe, la integración con la naturaleza y el modo de vida isleño, y el rechazo a la sociedad moderna. Tras su peor etapa de auto-abandono, la redención por el trabajo le permite recuperarse emocionalmente y la escritura se convierte en la actividad sagrada que lo reintegra a lo humano.
Robinson recorre de nuevo toda la historia de la civlización, desde la caza y la recolección, hasta la ganadería, la agricultura, la arquitectura y la ingeniería militar y civil. En su momento de mayor prosperidad, la intrusión a la vez consoladora y perturbadora del primitivismo, en la persona de Viernes, lo lleva a una catástrofe, quizás metáfora de la temida hecatombe nuclear, que lo regresa a la Edad de Piedra. Sin embargo, es gracias al conocimiento especializado del salvaje, Viernes, que Robinson logra sobrevivir a la destrucción de su modernidad y adaptarse felizmente al medio ambiente. Así, revisa toda la experiencia humana, desde la soledad absoluta, física.
En sus circunstancias, se ve forzado a sufrir una “regresión” religiosa, desde el cristianismo resignado (suicida en su condición), a la virtus original, autoafirmadora, que en vez de rechazar la naturaleza (como pálido reflejo del Ideal platónico-cristiano), la asume y supera por el orden obsesivo, expresado en la medición del tiempo, y el trabajo. En la página 69, Robinson hace una genial defensa del interés, el intercambio, la cooperación y el dinero, frente al fanatismo de la “pureza” que promueve instintos asesinos y antisociales al “no venderse”. Con la maravillosa ironía de un autor francés, Tournier hace decir a su personaje: “Desdichadamente, son casi siempre los hombres desinteresados los que hacen la historia y entonces el fuego lo destruye todo, la sangre corre a borbotones”. Y pone como ejemplo el contraste entre la pacífica Venecia comerciante y la Inquisición o los hunos. El dinero es expresión de la sociabilidad, y los prójimos dan la escala de la vida: “En Speranza no hay más que un solo punto de vista: el mío”.
Incluso Tenn, el perro sobreviviente del barco, huye horrorizado ante el aspecto salvaje del desesperado Robinson, pero vuelve cuando éste se civiliza: el perro como otra expresión de la conquista civilizatoria.
Robinson repiensa las categorías de juicio, al revalorizar lo supericial (amplio) contra lo profundo (estrecho), y lo exterior (comunicación) contra lo interior (soledad). Llega a compenetrarse esencialmente con la isla como ser vivo, al grado de fecundarla y procrear mandrágoras con ella. Esto refuerza su antiplatonismo: ex istir, lo que está afuera es, lo que está adentro es apenas su reflejo (Robinson anticipa por unos años a Hume). Pero lo interior, lo que no existe, quiere SER, insiste en ser. Él, por lo pronto, no está vivo para los humanos, pero existe en un limbo en el Pacífico.
En cuanto a Viernes, la relación amo-esclavo se enfrenta a la rebelión y a la infidelidad de la isla, y tras la catástrofe la relación cambia, no hacia su inversión de roles, sino hacia la forzada cooperación.
Mucho contenido para una obra breve que es además, desde luego, una novela de aventuras y una obra clave para entender el desarrollo histórico.