MAO. LA HISTORIA DESCONOCIDA. Jung Chang/John Halliday. Taurus. México, 2006 (2005). 1,029 pp.
Después de una exhaustiva investigación documental, bibliográfica, testimonial e iconográfica, los autores arman el rompecabezas de esta personalidad definitoria del siglo XX, aunque sólo de sus miserias y no de sus grandezas. Siglo excesivo, que presenció los mayores avances científicos, económicos y sociales, también vio el descenso del humano a las más profundas simas de degradación, injusticia, violencia y crueldad. Es sólo en esta segunda faceta que Mao se inscribe. Es imposible pensar en un ser humano – incluidos Hitler y Stalin – que haya perjudicado más, de manera más fría y cruel, y por más tiempo, a más seres humanos. En ese sentido, en Mao todo es “grande”. Como otros revolucionarios, subversivos, déspotas, autócratas y demás, Mao nunca fue pobre. Nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Hunan, hijo de mercaderes, Mao tuvo la oportunidad de estudiar, pero nunca destacó. Habiendo tenido desde el principio una ambición de poder desmedida, así como una indiferencia absoluta hacia los otros seres humanos, la política se convirtió en su carrera obvia. Sobre todo la turbulenta, caótica política china de principios de siglo, con la (muy real) amenaza japonesa, la Revolución Rusa y la división entre nacionalistas y comunistas de la que los campesinos no eran más que víctimas. En ese río revuelto, Mao pescó con base en traiciones, simulaciones y humillaciones – las suyas abyectas y las que infligía en quienes lo rodeaban -. De rendija en rendija, con inusitada crueldad y una audacia espeluznante, Mao va cambiando de bando hasta que comienza a crecer en el Partido Comunista, siempre más odiado y temido que respetado. Cuesta decirlo, pero a Mao, con excepción de dos o tres tropezones menores, la Fortuna lo acompañó siempre, y ese es uno de los rasgos más estremecedores de su vida.
Su primera oportunidad es la de hacerse con tropas propias, dinero, territorio y fama en el “país de los bandidos”, Jinggiang, en el sureste. A partir de ahí comienza a formarse una base de poder. La segunda, y decisiva, es la Larga Marcha, una absurda huida hacia el norte, buscando el contacto con los rusos, que su poderosa maquinaria propagandística convertiría en después en glorioso y épico capítulo (a partir de mentiras). Vienen después, a grandes rasgos: el audaz secuestro de Chiang Kai-shek; la guerra entre China y Japón, en la que Mao combate a sus rivales internos y a Chiang, no a los japoneses; la intervención soviética; su propio régimen de terror; por fin, la jefatura suprema del Partido; el enorme error de Marshall que supuso su salvación por los norteamericanos; la huida de Chiang, y por fin el estado totalitario y la vida de opulencia.
Hasta aquí, el ambicioso sin freno ha logrado conquistar su vastísima patria. Luego sigue el mundo: su abyección ante Stalin se convierte en un desafío abierto, con sucesivos golpes de audacia que nadie más habría intentado. El mayor de ellos fue provocar la Guerra de Corea, que ponía a Stalin entre la espada y la pared. Esa guerra era parte central del objetivo último de Mao: convertirse en superpotencia nuclear y dominar al mundo. Para ello lanza el “Gran Salto Adelante”, que consistía en regresar a los chinos a la Edad de Piedra para hacerse con el mayor y más sofisticado armamento. Muchas decenas de millones murieron en ese loco intento. Luego vinieron la sujeción del Tibet; el armado de su poderosa maquinaria propagandística (ayudado por numerosos tontos útiles de Occidente); la salvación ante la emboscada de su número dos, Liu Shaoqui; la estúpida y contraproducente Revolución Cultural; y finalmente, su decadencia personal – pero no la de su régimen, vigente a la fecha.
Mención aparte merecen cuatro personajes de los muchos de su vida: Liu Shaoqui, su segundo, y Peng Dehuai, su ministro de Defensa, que abrieron los ojos, trataron de frenarlo y fueron martirizados; Jiang Zemin, su adulador y repulsivo diplomático; y su cuarta esposa, Madame Mao, ex prostituta loca de atar. Indudablemente, Mao tenía un desorden de pesonalidad gravísimo, que le impedía percibir el menor valor o sentimiento en otras personas. Su egoísmo y brutalidad no tienen parangón. Dejando muertos por todos lados, traicionando a todos (incluida su familia) y sembrando la muerte y la desdicha, se construyó el mito repugnante (pero vivo) del Gran Timonel. Este libro es una gran contribución al entendimiento de la historia y de los abismos de la psique humana.
2 respuestas
Gracias por la.reseña. Cuántos velos y verdades a medias quita y aclara este libro.
Sin duda este texto busca cambiar la idea que muchos tenemos de Mao. Al menos, pone en duda algunos de sus logros y cuestiona hechos históricos de ese gran país.