DOG SOLDIERS. Robert Stone. The Library of America. New York, 2020 (1974). 290 pp.
Stone es el cronista (no el único, pero sí de los más crudos y literariamente aventajados) de los lados oscuros del “sueño americano”: el imperialismo, las drogas, la obsesión con las armas, las sectas pseudorreligiosas y las conspiraciones. Si en A Flag for Sunrise se centra en las aventuras (y desventuras) geoestratégicas en Centroamérica, aquí se mueve de la guerra de Vietnam a las facetas más demenciales de la contracultura de los 1960 y 1970. Sin ser mencionado, el espectro de Charlie Manson está presente, sobre todo en la segunda parte.
John Converse es un escritor fracasado, periodista corresponsal de medios marginales, que se encuentra en Vietnam desde hace un año y medio. En casa, en Berkeley, están su esposa Marge y su pequeña hija, Janey. Tienen un matrimonio “abierto”; Marge es hija de un viejo comunista neoyorquino, editor de pasquines. En Vietnam ha encontrado “su propio vacío desesperanzado” y a Charmiane, otra norteamericana marginal, asociada con el coronel Heo, principal controlador de la producción de heroína. La mujer le ofrece una buena cantidad de dinero si consigue quien transporte un cargamento de droga a California. A pesar de su miedo y sentimiento de culpa por caer tan bajo, Converse se va a una base naval del sur en busca de un antiguo compinche, el marine Ray Hicks. Éste se muestra hostil y reticente, hasta que Converse lo convence con el argumento (falaz) de que la CIA está involucrada. Es interesante que ambos sean lectores de Nietzsche, quizá fuente legitimadora de su amoralidad. Finalmente, Hicks accede a transportar la heroína en un portaaviones donde viaja como pasajero. Durante una noche de desenfreno alcohólico en Oakland, comienza a sospechar que lo siguen. En efecto, al día siguiente, cuando se presenta a entregar la droga a Marge (taquillera en un cine porno de San Francisco), son asaltados en el departamento de ésta. Hicks somete a los asaltantes y secuestra a Marge y a la niña, a la que depositan en casa de unos “amigos” de Hicks. Mientras tanto, Converse es secuestrado también, poco después de llegar a California.
Así comienza un verdadero descenso a los infiernos para los protagonistas, que lleva a Hicks y Marge a tratar de vender la droga, sin éxito, en clubes nocturnos y ranchos y moteles habitados por sectas semi satánicas de drogadictos, o por millonarios extraviados. Por el camino, Marge se vuelve adicta a la heroína, que la va debilitando y enloqueciendo. Al tiempo que los persiguen policías corruptos, los fugitivos se van desesperando por la carga maldita, de la que no pueden deshacerse y que Hicks se niega a tirar. Paralelamente, Converse es forzado a acompañar a los perseguidores, ciego de rabia por sentirse traicionado, sin saber por quién. La larga secuencia final lleva a Marge y Hicks a las montañas, al refugio de una secta extinta, donde sólo quedan el fundador, un gurú llamado Dieter, y su hijo de unos doce años. La descripción de Dieter, los recuerdos de la secta y la ambientación del sitio se van volviendo dantescos. Abajo asedia Antheil, el policía, con un cómplice mexicano; llegan luego sus esbirros los sicópatas Danskin y Smitty, con Converse. Éste logra convencer a Marge de que baje con la droga, pero entonces se desata un pandemónium de violencia y locura.
Esto es sólo el esqueleto de la trama, que en manos mediocres no sería más que insumo para una película serie B, de las que pasan de madrugada en la televisión. En las del gran Stone, la historia sirve para hacer una disección salvaje y un análisis profundo sobre las enfermedades de una sociedad atrapada en un idealismo ingenuo, degenerado en una serie de racionalizaciones y búsquedas “espirituales” que terminan en paraísos artificiales, condenados al fracaso. Los mitos fundacionales de Estados Unidos no son aquí inspiración ni guía, sino cárcel, al igual que el protestantismo puritano, tan asfixiante que no encuentra más salida que la depravación, las drogas y un hippismo nihilista disfrazado por un sincretismo superficial de Zen, budismo, New Age y otras zarandajas, todas malentendidas y pervertidas.
Los diálogos son memorables, alejados de estereotipos hollywoodenses; los personajes, lejos de ser caricaturas, son encarnaciones escalofriantes del orate americano omnipresente en diarios y noticieros. Siguen ahí, transmutados, de hippies izquierdosos, en supremacistas blancos, evangélicos paranoicos, hinchados ahora de fentanilo. En vez de discos de Bob Dylan, ahora tienen en una mano una Biblia, y en la otra un AR-15. La diferencia es que esta historia está narrada con talento literario.
4 respuestas
No puedo decir que me gusta este tipo de novelas pero reflejan el consumo de drogas en Estados Unidos y sobretodo en la época de Vietnam
Antes la cocaina y las drogas alucinógenas hoy el fentanilo y esto ha sido a nivel mundial una verdadera ola de muerte y violencia provocada por la producción y el consumo de drogas
La humanidad tiene que llegar a una conclusión: Es mejor la muerte que la vida? Y todo por dinero que al final nadie se lleva nada
Excelente referencia, Memo. Hay que verla y catalogarla personalmente.
Novela que reflejó la avidez de «liberacion» en los 60s y 70s y su aprovechamiento desmedido por parte de quienes lucraron con las drogas.
Muy interesante como siempre Guillermo. ¡Gracias! ¡Gracias!