THE SIEGE OF KRISHNAPUR. J. G. Farrell. Orion Books, 2007 (1973). 378 pp.
Esta excelente novela es parte de una trilogía sobre la decadencia del Imperio Británico y se refiere al Motín de 1857 en India, el más grave de los levantamientos antibritánicos en el subconteniente durante el siglo XIX, que motivó al gobierno de Londres a tomar el control de India, quitándoselo a la Compañía Británica de las Indias Orientales, que hasta entonces tenía su propio ejército. La novela relata el asedio del pueblo ficticio de Krishnapur, cerca de Calcuta, y está basado vagamente en los sitios de Lucknow y otras ciudades. El tono de la novela es satírico, con una feroz burla de la arrogancia inglesa y, en menor medida, de los ridículos esfuerzos de la élite india por occidentalizarse. La calidad literaria de la obra se refleja en el detallado proceso por el cual los personajes van cambiando su mentalidad: los protagonistas van adquiriendo, demasiado tarde, conciencia de la fragilidad de su supuesta superioridad, de la humanidad y valor de los indios, y de las razones que subyacen a las diferencias culturales. Conforme el sitio avanza, el tono satírico deja su lugar a un intenso drama humano, sufrido por igual por invasores e invadidos.
Aunque hay varios personajes importantes, el protagonista central es Hopkins, apodado “el Coleccionista” (juego de palabras con su título de “Collector” o recaudador), gobernador civil de Krishnapur. Hopkins aparece al principio como una figura ridícula: un hombre competente, pero demasiado enamorado de la superioridad cultural británica, expresada en la Exposición Universal de 1851 en Londres. En contraste con Hopkins está George Fleury, un joven intelectual que llega a India por primera vez, acompañanado a su hermana recientemente viuda (una mujer “liberada” que a su vez contrasta con las sumisas ingelsas de India). Fleury lleva la misión de escribir un libro sobre las ventajas que la civilización británica ha supuesto para los primitivos indios. Hay un problema, sin embargo, y es que Fleury no cree en la civlización. El romántico joven está enamorado del “buen salvaje” y, a diferencia de Hopkins, ve a la Exposición Universal, no como una gran muestra de superioridad científica, artística y moral, sino como una colección de curiosidades irrelevantes, sin alma. Fleury se horroriza ante la fascinación que siente Hari, el joven mahrajá, con la ciencia, y Hari se desilusiona al escucharlo criticar a Occidente. Farrell muestra aquí, con genio cómico, el intercambio de mentalidades, que alcanza su clímax en una escena en la que Hari toma un daguerrotipo de Fleury.
En febrero de 1857 comienzan a aparecer en la residencia de Hopkins misteriosos paquetes de chapatis. Indagando, el Coleccionista comienza a sospechar que son advertencias. Cuando llegan rumores de levantamientos de tropas indias en algunos cuarteles, Hopkins toma medidas de inmediato, como la construcción de murallas de tierra, que suscitan las burlas de los demás ingleses, ninguno de los cuales cree que pueda haber una rebelión: ¿por qué, si los indios viven tan bien bajo el ilustrado dominio británico? Una de las causas, quizá la más importante, del descontento, es la estúpida insistencia de los misioneros cristianos por convertir a hindúes y musulmanes, contraria a la política británica de dejar en paz a los conquistados en cuanto a sus creencias y costumbres. Esta actitud es ferozmente satirizada en el personaje de el Padre, el cura anglicano de Krishnapur, un fanático idiota. A este coscurantismo religioso se añade el oscurantismo científico del Dr. Dunstaple, opuesto a los avances de la ciencia encarnados en el joven Dr. McNab, quienes protagonizan una feroz polémica médica. Dunstaple es padre de Harry, el típico oficial inglés, antítesis de Fleury con el que, sin embargo, forja una sólida amistad, y de la bella Louise (uno de los personajes más interesantes), de la que Fleury se enamora. Completando el cuadro de mentalidades en pugna está el Magistrado, un socialista ateo. Lejos de ser arquetípicos, cada uno de estos personajes es tridimensional y cómico, lo que eleva la calidad de la novela.
La trama es compleja y divertida, pero conforme avanza, el horror del sitio la va simplificando y oscureciendo: el hambre, la suciedad, la enfermedad y la muerte van trastocando todos los supuestos culturales de los ingleses sitiados. Las clases sociales pierden todo significado, la moral victoriana se revela como absolutamente inútil y contraproducente, desprovista de sus condiciones materiales. Un ejemplo brutal es “la mujer caída”, Lucy, una chica inglesa deshonrada y apestada por haber sido violada por un oficial inglés. Lucy temina por ser apreciada por su valor e independencia, tan pronto como su “honor” arrebatado deja de tener la menor importancia.
La segunda parte se concentra en los preparativos dirigidos por el sólido estratega Hopkins, cuya previsión resulta salvadora, en las horrendas batallas y bombardeos, en el deterioro de la situación, y en el final del sitio y vidas futuras de los personajes.
Es una novela riquísima: es historia de aventuras en la mejor tradición del género; novela de guerra; novela de ideas; sátira social y cultural; novela cómica y con historia de amor. Los personajes viven y se transforman; ninguno es el mismo tras la ordalía del sitio. “Los sentimientos – sospechaba ahora el Coleccionista – son tan importantes como las ideas”.