El Renacimiento de Maquiavelo

Sin duda, muchos gobernantes populistas de hoy, tiranos o aspirantes a serlo, encontrarán justificación en El Príncipe (los que lean, que tal vez no son muchos). Se pensarán a sí mismos, con una sonrisa de orgullo, como "maquiavélicos". No podrían estar más equivocados: como en pocas ocasiones en la historia (los 1930, por ejemplo), la actual necesita regresar al pensamiento republicano de este pensador y practicante de la política. Maquiavelo debe experimentar un nuevo Renacimiento.

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DISCURSOS SOBRE LA PRIMERA DÉCADA DE TITO LIVIO. Nicolás Maquiavelo. Alianza Editorial. Madrid, 2000 (1531). Edición, introducción y notas de Ana Martínez Arancón. 457 pp.

Esta es la obra importante de Maquiavelo, la que expone con detalle su visión de la política, de fuerte convicción republicana. Desgraciadamente, el título, brevedad y leyenda negra de El Príncipe la ha opacado en el imaginario popular. Como dice la editora en su Introducción, El Príncipe no expresa una preferencia por el autoritarismo: es sólo un manual para situaciones extraordinarias que lo propician. La mejor forma de gobierno es una república centrada en el bien común y la rotación de élites políticas. En buena medida, la Iglesia Católica creó esa leyenda negra del “maquiavelismo” como respuesta a la idea de la necesidad de separar su poder del político. Las ventajas de la república son claras: menor desigualdad, flexibilidad, sucesión ordenada, imperio de la ley. Mal ordenada o corrupta, la república degenera en una tiranía disfrazada. Su modelo, desde luego, es la República Romana, retratada por Tito Livio.

La primera parte concierne a la política interna. Ésta debe basarse en la política mixta y el equilibrio de poderes (cónsules, senado y tribunos de la plebe en Roma). Para él, la lucha constante entre patricios y plebeyos fue más benéfica que dañina. Para ello fue fundamental la institución de la acusación pública, que evita calumnias. La religión debe ser sólo una herramienta de cohesión y orden social; la Iglesia ha sido clave en la desunión y vulnerabilidad de Italia. La república mantiene el espíritu de libertad de los pueblos que, una vez perdido, es muy difícil de restablecer. Paradójicamente, otra institución crucial para la longevidad de la República Romana fue la dictadura: acotada a seis meses, sujeta a leyes e instituciones, imposibilitada para cambiar la constitución y con una única misión, la de superar la crisis que la hace necesaria. Cuando la dictadura se alargó, la república llegó a su fin (Julio César). Maquiavelo defiende el gobierno popular: un príncipe sin ley es peor, más volátil y caprichoso que una multitud sin ley.

La segunda parte se refiere a la política exterior. Roma imperó más por virtud (política) que por fortuna. Al favorecer el bien común, las repúblicas están mejor preparadas para crecer y prosperar que las tiranías, que sólo vigilan su bien privado. Contrasta la religión romana, cívica y viril, con el cristianismo, que predica una falsa humildad que hace a la sociedad presa de los malvados y del poder de la Iglesia.

Los estados jamás deben recurrir a los mercenarios, inconfiables. Deben tener y entrenar a sus propios soldados-ciudadanos. El “nervio” de la guerra no es el dinero, sino los buenos soldados. Hay tres formas de buscar ser imperio: 1) Confederación (etruscos, suizos); 2) Centro imperial con aliados y súbditos (Roma); y 3) Súbditos sin fuerza central (Esparta, Atenas). La segunda es la que funciona. La lealtad de aliados y súbditos se compra con fuerza y virtud, no con dinero. Los estados fuertes venden protección, no compran alianzas.

La tercera parte enfatiza la característica central de los estados o sectas exitosos, la flexibilidad: leyes y hombres virtuosos que impulsen mecanismos de regreso a los principios. El capítulo III-6, “Las conjuras”, es un episodio largo y fascinante sobre los distintos tipos de conspiraciones contra gobernantes y cómo la flexibilidad de las repúblicas es más efectiva contra las mismas. Sobre la flexibilidad, dice: “Y son dos las razones por las que no podemos cambiar: una, que no nos podemos oponer a la inclinación de nuestra naturaleza, y la otra, que si uno ha prosperado bastante con unos métodos, no hay forma de convencerle de que puede resultar conveniente obrar de otra manera, y por eso los hombres tienen la suerte cambiante, porque los tiempos cambian y sus métodos no”.

Invirtiendo el viejo adagio, dice que los gobernantes tienen los pueblos que se merecen. El gobernante debe dar ejemplo de virtud: “no son los títulos los que hacen ilustres a los hombres, sino los hombres al título”. Ojalá este libro fuera más leído, sobre todo por los políticos de hoy.

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Comentarios del artículo

2 comentarios

  1. Gracias, Memo, muy interesante. Te podría interesar un documental en YouTube, con el título “Machiavelli – The Prince: the common sense of politics.” ¡Abrazo!

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